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Le quai des brumes (1938)




Director: Marcel Carné

Duración: 91 minutos

País: Francia

Elenco: Jean Gabin, Michel Simon, Michèle Morgan, Pierre Brasseur, Édouard Delmont, Raymond Aimos, Robert Le Vigan, René Génin, Marcel Pérès, Jenny Burnay, Roger Legris, Martial Rèbe, entre otros.

" Un desertor del ejército francés de nombre Jean, llega a Le Havre, una ciudad permanentemente envuelta en la niebla, para huir en barco. Conoce a Nelly en casa Panamá, un negocio del muelle y simpatizan de inmediato; ella es una joven de 17 tiranizada por su tutor Zabel, un extraño hombre que mantiene tratos con un grupo de jóvenes que juegan a ser mafiosos. Uno de ellos acosa a Nelly, y Jean lo humilla. El suicidio de un pintor, que frecuenta casa Panamá, permite al desertor asumir una nueva identidad."

Entre la bruma apareció, con su ropa de soldado, la seriedad en su rostro, buscando un nuevo sendero. Confirmó que no le interesaba hablar mucho y se fumó un cigarro.
En esta cinta, adaptación de la novela original de Pierre MacOrlan a cargo del gran Marcel Carné y del no menos talentoso guionista Jacques Prévert, asistimos al encuentro de un grupo de personajes sumamente atractivos, que constituyen el principal acierto de la historia.
Dicho encuentro tiene lugar en 'Casa Panamá', un local clandestino situado junto al mar, en el puerto de Le Havre, y que se erige en refugio de unos seres que huyen, cada uno de algo distinto, y cada uno a su manera.
Jean escapa de su deber como soldado, y encuentra en este curioso local la inesperada solidaridad de un borracho que roba licor en los muelles, la un pintor con tendencias suicidas y la del propietario del lugar, que parece haber huido ya con anterioridad, conformándose en ese preciso instante solo con sus recuerdos. También en este lugar conocer a Nelly, de la que se enamora a primera vista, pero tambien se convierte en quien le involucra en un conflicto de celos con unos personajes de mala reputación.
La película posee un tono pesimista y ligeramente angustiante que nunca afloja, y que es perfectamente transmitido por los personajes anteriormente citados. Aunque no he leído la novela original, por lo que he podido recabar en opiniones de quienes si lo han hecho, todos señalan con unanimidad que la adaptación ha recogido perfectamente ese ambiente miserable y algo sórdido que es común en dicho autor. El guión podría calificarlo de adecuado, detenta una gran carga poética, como es lógico en el caso de Prévert, que alcanza en esta ocasión un alto nivel, acaso sólo superado en la posterior Les Enfants du paradis, también con Carné tras la cámara.
La niebla, omnipresente al principio y al final de la obra, así como en las secuencias nocturnas, refuerza esa sensación pesimista y sombría que ya incorporaban los personajes, todos ellos magníficamente interpretados. Por lo tanto, la estética seleccionada por Carné se ajusta perfectamente al tema central de la película, que se beneficia también de una cuidada puesta en escena, notable en particular en la secuencia del local de Panamá.
En esta obra se expone la forma de ser de un hombre incapaz de matar a alguien por mandato militar o por portar un uniforme, aunque si pueda llegar a matar por simple ira o reacción violenta, producto de encontrarse ante una situación en la que un abusador intenta maltratar a alguien más débil. Esto es real, tal y como ser el carácter de muchos seres humanos pacíficos y nobles, que se tornan bestiales en el instante en que algún bravucón o provocador los hostiga o les hace una grosería.
Sobre la escena donde los protagonistas se encuentran en una feria, divirtiéndose en los autos chocadores y el fanfarrón se encuentra con la horma de su zapato, esto es, con el hombre valiente que le pone un alto y le golpea su cobarde rostro, debo decir que en algún momento de la vida fui testigo de la misma escena. La disfruté en primera fila, observando como el cobarde que representaba generalmente el papel de abusador, se llevó una contundente lección del tipo que se sabía defender y le lastimó el rostro, haciendo que se retirara con la cola entre las patas, la cabeza agachada y sin ganas de seguir incomodando a los demás. Presenciar algo así es tan poco frecuente que se disfruta como una verdadera rareza inolvidable, parecido al que tiene la suerte de observar de forma inesperada una aurora boreal o algún fenómeno natural tan inusitado por el estilo. 
Esa misma clase hombre es capaz de salvar de la muerte a un miserable perro y después de arrojarle piedras para alejarlo de su existencia vacía, para no compartir con nadie el desaliento, la amargura o la indiferencia que se expresa continuamente con sus manos en los bolsillos. 
Puede ser que el amor le salve de una vida errante por caminos sombrios y marginales. Puede que lleguen los dias en que todo, o casi todo, tenga alguna solución. Puede ser que a la vuelta de la esquina la fortuna lo esté esperando.
Puede ser que ya no tenga que demostrar nunca más nada a nadie. Esas son las verdaderas brumas, las brumas en la conciencia.

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