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Dead Poets Society (1989)





Director: Peter Weir

Duración: 128 minutos

País: Estados Unidos

Elenco: Robin Williams, Robert Sean Leonard, Ethan Hawke, Josh Charles, Gale Hansen, Dylan Kussman, Allelon Ruggiero, James Waterston, Norman Lloyd, Kurtwood Smith, Carla Belver, Leon Pownall, George Martin, Joe Aufiery, Matt Carey, entre otros.

"El maestro de la asignatura de inglés John Keating, inspira a sus alumnos a mirar la poesía con una perspectiva diferente concebida desde el conocimiento y los sentimientos auténticos."

" Cuando te encuentres del lado de la mayoría, es momento de hacer una pausa y reflexionar".
-Mark Twain

Así es, esta obra pertenece a esa categoría que podría denominarse como el "género de la enseñanza". Por lo general, estas películas mitifican a maestros heroicos cuyas aulas se convierten en refugios que se encuentran en desacuerdo con la conformidad o la mediocridad que aqueja al resto de la institución a la que pertenecen. En ese sentido, estas cintas simplemente toman historias familiares sobre tipos solitarios (pero encantadores) e inconformes y los ubican en un entorno educativo en el cual el propio ambiente escolar resulta ser bastante incidental en el relato.
Una larga lista de cintas, a la que bien podría integrarse esta creación siguen la misma progresión narrativa: el inspirador maestro (no importa su color de piel) que llega a una escuela donde se ve forzado a lidiar con diversos problemas (tensiones raciales, apatía estudiantil, dificultades de aprendizaje y barreras institucionales), los cuales (él o ella) resuelve al ofrecer mensajes inspiradores en formas poco convencionales. 
No sobra decir que muy pocas películas de enseñanza se desvían de esta conocida fórmula. Como en todo hay excepciones a la regla, solo que para su mala fortuna gozan de poca fama y reconocimiento popular. Sí, en su mayor parte, el cine no ha producido muchas cintas didácticas que pueda calificar de interesantes.
Y es así que, que esta producción se manifiesta como otro ligero cuento sobre un profesor que defiende la independencia y la no conformidad y lo realiza apegándose a una fórmula de cine muy genérica y alimentada por el cliché. En esta oportunidad, el contestatario maestro es interpretado por Robin Williams, quien da vida a un tipo peculiar que inspira a su grupo de estudiantes a aprovechar el día y a perseguir sus sueños. 
Pero, habrá que examinar cada uno de los elementos que la conforman. En primer lugar la película fue dirigida por Peter Weir, por lo que la cinta goza de una cierta elegancia visual que, a primera vista, parece diferenciarla del resto; es discreta en determinados momentos, bien actuada y filmada de forma majestuosa. Sin embargo, es solo durante la última media hora de su metraje que me di cuenta de lo mucho que me había engañado. Y así como la trama que construye Weir se acerca al final a lo que ocurre en la cinta de Kubrick que es todo un clásico llamada Spartacus (lo sabrá cuando la vea, si es que aún no lo ha hecho), se comienza a percibir cuán simple es la imagen, o como la película está poblada por personajes adultos unidimensionales, niños malvados, padres engreídos de formas ridículas y una trama que reduce el arte de la poesía a un par de frases elegidas cuidadosamente, todas diseñadas para fomentar la rebeldía ilícita y la mencionada no conformidad.
Se toma tan en serio la película su trascendental mensaje, que incluso un niño se termina suicidando, ya que no consigue liberarse de los deseos de su intransigente padre. En otras palabras, la conformidad mata literalmente, tanto física como espiritualmente. Sí se quiere, este podría ser un mensaje que realmente valiera la pena, pero después en su última mitad, la película se transforma en un producto tan convencional y tan manipulador que todo el poder que había conseguido con anterioridad se esfuma rápidamente.
Es decir, para una cinta que pretende profesar cierto amor por la poesía, más bien termina siendo todo lo contrario. Al principio de la historia, el rebelde profesor dibuja una gráfica en el pizarrón que en un libro sagrado del que se valen en tan distinguido colegio, dice que se usa para medir el valor de un poema. En un eje de la gráfica está situada la importancia o profundidad de un poema; en el otro eje, su perfección o técnica, lo que implica que una obra de arte que tiene éxito en ambos ejes o alcanza niveles altos en uno solo de ellos, es de forma discernible mejor que otros. Entonces el maestro borra este gráfico y ordena a sus alumnos que arranquen de sus libros de texto la página donde este aparece. No se puede medir el valor objetivo del arte les promete con total certidumbre, solo lo que esa obra de arte significa para cada uno de ustedes de forma personal. 
Más adelante, uno de los estudiantes del grupo que pasa horas y horas trabajando duro sobre sus poemas, a los que descarta por completo porque no cree que sean buenos, se le coloca en el aula enfrente de todos sus compañeros y se le ordena que simplemente se deje ir y que solo exprese lo que se le venga a la cabeza. De repente, el muchacho se transforma como todos los demás estudiantes de la cinta, en un ser capaz de crear de modo casi mágico y caprichoso una gran poesía. Esta escena regularmente me lleva a creer que lo que la película está defendiendo no es una especie de poesía grandiosa de forma objetiva (si es que esto fuese posible), aquella por la que los verdaderos artistas luchan todo el tiempo por crear y que finalmente terminan creando, sino que se usa la poesía como una metáfora de una especie de libertad de expresión que parece ser engendrada de forma arbitraria; esto es: nada más importa más que tus propios sentimientos y tus opiniones subjetivas aunque estén muy equivocadas.
Nada importa, más allá de que te ajustes en todo instante a tus deseos, abrazando tu derecho a la libertad de expresión, haciendo uso de ella de formas impulsivas y manifestando lo que se te antoje en cualquier momento en particular. Esto no es poesía, no es una expresión artística, más bien parece una especie de arrebato de carácter obsesivo, narcisista y temerario.
En ese sentido, habría que centrarse en qué cuestiones utilizan la poesía los estudiantes de la película, en qué ansian tanto conseguir cuando se supone que la emplean de maneras provechosas. Es simple, para ellos todo se trata de sexo, chicas, bailar, lanzar o destruir cosas. Cuestiones muy simples, egoístas, hedonistas o irreflexivas. Se ha demostrado que los niños y las personas con trastorno bipolar actúan con mayor impulsividad que otras personas. Por supuesto, los artistas a menudo se describen como niños (o que poseen la imaginación de un niño) y son más propenso a ser bipolares. En otras palabras, lo que la cinta está declarando casi inconscientemente es aprovechar el cliché del artista libre o el arte como impulsividad infantil, sin unirlo a nada que sea realmente sustancial
Los límites a los que llega este planteamiento se observan mejor en las escenas finales del filme. En una secuencia los jóvenes artistas tienen la oportunidad de salvar a su mentor, pero en cambio eligen salvarse a sí mismos. Esto demuestra que nunca se les enseñó, a través de la poesía o el arte, a defender algo de genuino valor que se halle fuera de su propio ser. Por lo cual, más tarde, cuando su maestro es expulsado del colegio, se levantan de modo vehemente sobre sus pupitres y le muestran su apoyo. Pero claro, en ese punto su gesto ya no sirve para nada.
De forma significativa, el único joven que se levanta en defensa del maestro es el único que se tomaba muy seriamente la poesía y que parecía mantenerse con cierto grado de escepticismo sobre la atrayente personalidad del indómito educador. El acto de ponerse de pie parece ser el único acto legítimo de rebelión en la película, puesto que el artista se sitúa a sí mismo en la línea, defendiendo algo que realmente vale la pena. Por supuesto, el director desperdicia por completo las implicaciones de la subversiva acción del muchacho.
Por lo tanto, esta creación es en última instancia una promesa que no se cumple en su totalidad, especialmente por su mal manejo en las escenas finales. Es un drama entretenido y que consigue envolver en su atmósfera, pero cuando intenta volverse un relato emocional, nada más acaba siendo un cuento de lágrima fácil que conmueve a un montón de cursis que habitan este enorme planeta. 
Pero claro, esto solo es mi sentir, uno muy personal como todos los demás.

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