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Xi yan (1993)


 

Director: Ang Lee

Duración: 106 minutos

País: Taiwán / Estados Unidos 

Elenco: Ah-Lei Gua, Sihung Lung, May Chin, Winston Chao, Mitchell Lichtenstein, Dion Birney, Jeanne Kuo Chang, Paul Chen, Chung-Wei Chou, Yun Chung, Ho-Mean Fu, Michael Gaston, Jeffrey Howard, Theresa Hou, Yung-Teh Hsu, entre otros.

" Para intentar satisfacer a sus mortificantes padres, el propietario de un edificio que es gay y una de sus inquilinas acuerdan realizar un matrimonio de conveniencia entre ambos, pero sus padres deciden ir a visitarlo y las cosas se salen de control."

El personaje central de esta película luce un gesto adusto durante casi toda la historia. Suele fruncir el ceño y reflexionar todo el tiempo, como si algo le preocupara sin fin. Desde el principio, está bastante claro qué es ese tema que tanto le inquieta. Ese joven hombre llamado Wai-Tung es gay y no se lo ha dicho a sus padres que resultan ser taiwaneses. Está molesto con los empeños insufribles de su madre de emparejarlo con una mujer, para que ella finalmente pueda tener lo que tanto anhela: un nieto. Pero tiene miedo de contarle a su madre o a su padre por qué no está interesado realmente en el fastidioso asunto. Por ese motivo, sus sentimientos encontrados no tienen forma de ser expresados; por lo que se asientan en su rostro, de forma incompleta y silenciados, excepto que se trate de una ira no resuelta, gran parte de ella hacia sí mismo. Y hasta cierto punto es divertido observar cómo realiza toda clase de movimientos (en ocasiones casi malabares) con tal de agradar a su familia, al amante en turno y a los conocidos para distraerse de sus terribles problemas.

El guión escrito por el propio director Ang Lee y sus colegas Neil Peng y James Schamus se transformó en una fantástica historia repleta de cuestiones que hasta ese momento, no creo que hubiesen aparecido en la pantalla. Este banquete de bodas (título con el que se conoce en inglés) en sí está colmado de algunos detalles tan perspicaces sobre la vida, y la percepción de ella que surge entre la singular mezcla de las culturas china y estadounidense que brindó al cine algunas representaciones visuales de toda clase de tradiciones e ideas que en aquel instante resultaron novedosas en las obras cinematográficas. Por ejemplo, cuando la fiesta de bodas invade la suite que se supone debe ser utilizada para la luna de miel, se percibe que los escritores poseen un conocimiento indiscutible de la clase de personas que nos muestran, por dentro y por fuera. He visto bastantes creaciones dirigidas por Ang Lee, y puedo asegurar que este filme debe ser uno en los que siento que el afamado director atesora una comprensión profunda de los personajes, y para el caso, de la naturaleza humana y el amor que puede darse entre dos seres humanos.

De alguna forma, el tema de la lástima o compasión paternal puede no ser un tema novedoso para los chinos, y tal vez es por eso que esta película se siente demasiado tradicional, demasiado conservadora. Es decir Wai- Tung, que es un hombre de negocios exitoso y que además cuenta con algunas propiedades, inspira respeto entre sus colegas, pero cuando está con sus padres sigue siendo su pequeño nene. En ese sentido, causa gracia cuando este hombre adulto camina con su padre, con la cabeza gacha, manteniendo el ritmo exacto en el andar, dos pasos atrás, y te das cuenta del sigilo que guarda el hombre mayor sobre el secreto de quien lo acompañó en su caminata de todas las mañanas. Por supuesto que Wai-Tung ama a sus padres y sabe lo que esperan de él. Por ese motivo, está avergonzado de no querer cumplir sus sueños, de anhelar una vida propia, de no haber resultado como esperaban. Pero también se preocupa por su pareja Simon, y de alguna manera uno descubre que lo que los ha unido es que se preocupan por otras personas. Recordar que sabemos al inicio que Simon es un fisioterapeuta el que le gusta sermonear a sus clientes; mientras que Wai- Tung intenta dar la impresión de que el es quién manda en casa, pero las personas que lo rodean siempre parecen aprovecharse de él. Precisamente está preocupación los demás es que lo resulta atrayente de Wai-Tung como personaje, y cuando aparecen sus padres, cualquiera entiende con exactitud por qué ha decidido mentirles acerca de sus preferencias sexuales.

Winston Chao es atractivo y diligente, y es perfecto interpretando a un cuerpo agotado, con una mezcla de desconcierto y buenas intenciones. Sin embargo, no sería tan agradable si no fuera por la cercanía de Mitchell Lichtenstein, quien claramente goza de esa expresividad que necesita la película. Aunque la obra se acerca de forma aventurada a ser una simple historia que va sobre unos hombres gay que están enamorados y que, en sus momentos más privados, parece que lo único o lo más peligroso que suelen hacer es estrecharse las manos, Lichtenstein se las arregla haciendo uso de los medios más sutiles para transmitir una conexión sexual en pantalla. Por citar una muestra de ello: la escena en la que Simon entrega un teléfono celular como regalo y mantiene una conversación para probar si funciona, le brinda a dicho actor la oportunidad de mostrar la calidez que puede generar en la pantalla cuando se le requiere para hacerlo. Es evidente lo afortunado que es Wai-Tung, y por qué se permite ser destrozado emocionalmente durante tanto tiempo.

Sin embargo, las actuaciones más convincentes en esta creación provienen de Sihung Lung (un actor que colaboró con frecuencia con Ang Lee) y Ah Lei Gua que dan vida al señor y la señora Gao respectivamente. En el caso de Lung, consigue transmitir la afabilidad tan característica de otros tiempos, unos tan remotos que prácticamente sugieren la dirección que debe tomar el argumento de la película. De alguna forma, el llena los zapatos del concepto del anciano guerrero, al estar dando los últimos pasos que completarán su vida. Le otorga al señor Gao una parte de la dignidad que su labor al encarnarlo realmente merece. No obstante, es la aludida Ah Lei Gua quien me convence de que está completamente en el personaje. Ya sea que se esté echando a llorar de manera amarga por lo lamentable que termina por ser la boda civil, o intentando pasar por alto la torpeza de su nuera en la cocina, o manteniendo a Simon a cierta distancia cuando se entera del verdadero lugar que posee en la vida de su hijo, se percibe a una actriz del rango más elevado que conoce de modo intuitivo el personaje que se le ha asignado para interpretar.

Con el caso de May Chin, que según he leído ahora se dedica a la política, solo resta decir que en la historia se comporta con una elegancia que parece de porcelana. Su personificación de Wei-Wei es un enigma, una mujer con una extraña predilección por los hombres homosexuales y guapos, y la película se congratula con dejarla así. En cierta forma, cualquiera se sentiría poco menos que incómodo por el arreglo que hace con la pareja como le sucede a la mismísima señora Gao, que cuando se entera de la verdad sale huyendo y derramando un penoso llanto.

Cuando Ang Lee determinó ralentizar la toma al final, mientras el señor Gao levanta los brazos para ser inspeccionado en la puerta del aeropuerto, el director casi en perjuicio de sí mismo, desmiente la idea de que el viejo soldado se ha rendido ante un nuevo enemigo: la locura y la autocomplacencia de la próxima generación. Y no sé, pero estoy casi seguro de que la forma en cómo retumba esa última escena permanece con cualquiera que la haya visto, durante mucho tiempo.

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