
Me recuerdo en la época de secundaria como un incomprendido musical, un paria (desarraigado para quienes no entiendan mi jerga) que se encontraba fuera de la "onda" melódica marcada por grupos como Nirvana u Oasis. Por entonces, mi opinión sobre la música que escuchaban los demás era tan irrespetuosa como la que tenían mis compañeros de clase sobre mis "extraños" gustos musicales. También recuerdo que me consideraba ridículamente especial por escuchar música de los sesenta. Me veía como una especie de explorador que, gracias a mi buen gusto y extremada sensibilidad, había sido capaz de llegar donde mis camaradas de diecipocos años no habían soñado siquiera. Ellos se conformaban con el artista de moda, yo no.
Evidentemente, hace años que superé aquella etapa, pero considero que es frecuente caer en esa trampa por la enorme carga subjetiva que la música es capaz de imprimir en nosotros. No creo que existan dos personas sobre la faz de la tierra que sean capaces de sentir lo mismo con una determinada canción, así que hoy quiero analizar las extrañas situaciones que se producen hasta que te das cuenta de que comparar tus gustos musicales con los de los demás no tiene sentido alguno.
Todo comenzó, por supuesto, cuando descubrí a los Beatles. Creo que he perdido la cuenta del número de cassettes que grabé por mi cuenta para amigos y conocidos sin que ellos me lo pidieran. Pensaba que había descubierto el Santo Grial de la música y suponía que aquellas cintas transmitirían las mismas sensaciones que yo experimentaba al escucharlas.
Indudablemente, ninguna surtió el efecto deseado y seguramente habrán terminado en la basura o generando polvo en algún armario. Recuerdo que mi disco compacto original del 'Sgt. Pepper's' de los mencionados Beatles pasó más tiempo en casas ajenas que en la mía propia durante los primeros meses que siguieron a su compra (pobrecito de mi disco). Quiero pensar que lo que me movió para divulgar toda la música que me fascinaba por entonces era la buena voluntad para descubrir a los demás los hallazgos que tanto me hacían disfrutar, pero, viéndolo con perspectiva, más bien parece el intento de adoctrinar a los demás en lo que yo por aquellos días consideraba una verdad absoluta.
Analizándolo y mirando hacia atrás, me parece que intentaba justificar y diferenciar mis gustos a toda costa. La simple calidad musical no valía por ser algo demasiado subjetivo, así que una de mis primeras defensas para acreditar la música que me gustaba con respecto a la vigente (Backstreet Boys, Spice Girls, etc.) era afirmar que esta gente lo hacía por dinero y los Beatles (o quién fuera que me deleitara) por amor al arte. Craso error.
Vamos a dejar de lado que los Backstreet Boys y las Spice Girls fueron los grupos prefabricados con mayor éxito de los noventa, pero está claro que desde un albañil hasta el compositor de 'Strawberry Fields Forever' quieren ganar la mayor cantidad de dinero posible mientras puedan. De hecho, es más que respetable y considerarlo no resta mérito a la brillante aportación que los Beatles hicieron a la música popular del siglo XX. Es más, debido a su mala gestión económica se vieron obligados a empezar prácticamente desde cero con sus carreras en solitario cuando el grupo se disolvió. Y ya me estoy entusiasmando otra vez hablando de ellos...
Al punto al que quiero llegar es que, si todo el mundo lo hace por dinero, ¿qué otro elemento podría diferenciar a los Beatles de las Spice Girls? Pues es simple. Tiene que ver con algo que siempre me ha molestado de la industria musical: el uso de un señuelo de índole sexual para vender música. En la programación de cualquier cadena musical hay un elevado porcentaje de videos que utiliza el sexo como arma para atraer al espectador. Me imagino a los Beatles con sus trajes y pienso con inocencia que el éxito les vino simplemente por la magia de su música.
El problema se presenta si la cámara que los enfoca gira 180° y capta las imágenes de hordas y hordas de quinceañeras mojándose los calzones mientras se tiran de los pelos (de la cabeza, que quede claro) chillando como poseídas. Está claro que en la Inglaterra de la posguerra era complicado presentar el sexo de una forma tan explícita como ahora, por lo que los Beatles fueron en su época una de las atracciones sexuales encubiertas más potentes. Además si consideramos las leyendas que se han escuchado a través de los años, en las que se manifiesta que el llamado 'road manager' del grupo seleccionaba a las mejores chicas para entrar en la habitación del grupo una vez terminado el concierto, queda de manifiesto que los Beatles no eran ángeles precisamente.
Y podría estar así horas y más horas, comparando aspectos de unos grupos y otros para intentar justificar los gustos de cada cual. Entiendo que en la adolescencia era importante para mí diferenciarme de los demás, pero después terminé por darme cuenta de que aquella música que tanto amaba era valiosa exclusivamente desde mi peculiar punto de vista.
Hace tiempo que sé que mis gustos no son superiores a los de nadie, sólo son mis gustos, y la vasta carga subjetiva que atesoran me ha confundido durante años, intentando hacerme creer que yo estaba en lo cierto y los otros equivocados escuchando a lo que le prestaban sus oídos. No creo que sea el único que ha estado en ese error durante mi existencia, ya que siempre que he discutido sobre música con alguien, el otro también estaba convencido de tener la razón. A mi entender es un mal generalizado en el que es muy difícil no caer si sientes algo con la suficiente pasión.
Así que, fans de U2, Miley Cirus, Maná, Jonas Brothers, The Doors, Rihanna, A-ha, David Bisbal o King Crimson, pueden ir en paz, desde este momento cuentan con mi aprobación y mi bendición para continuar venerando a sus ídolos de barro. He dicho. ¿Por qué sigo haciendo esto? En realidad, me gustó. Interpretar a un periodista es el papel de mi vida.
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