Por-sí-no... sabías

La universidad ha sido cerrada. Nuestra alma mater ha cesado parcialmente con sus actividades. En la entrada de muchos de sus edificios se pueden observar escritas en lonas, todas las medidas preventivas que el estado ha impuesto a todos los residentes del país a causa de esta epidemia, que amenaza con convertirse en pandemia.

Sin embargo, existen diversas clases de epidemia. Por ejemplo hay epidemias de cólera y de igual modo olas de crímenes que azotan algunas ciudades que los conocedores nombran también epidemias. La diferencia entre ellas es que las pandemias se extienden a muchos países y atacan a la mayoría de los habitantes de una población.



Una de aquellas medidas exigidas por el gobierno fue que cuando se salga a la calle se porte un cubrebocas. Así que afuera, en el mundo real, todo se halla colmado de ellos. Cabe hacer notar que todo evento de naturaleza masiva ha sido suspendido, es decir que tampoco se puede asistir a los cines, teatros, conciertos, ni eventos deportivos. Únicamente se puede encontrar gente en los supermercados, moviéndose y conviviendo con recelo, ya que están prohibidas las conglomeraciones.



Cuando uno se encuentra en medio de una crisis de esta clase, repleta de pánico, de incertidumbre, sospecha y básicamente de ignorancia; todo lo que los demás llevan a cabo aparece ante la vista como irrisorio y absurdo. Y es que en cada vía, paseo o avenida no pueden faltar los rostros cubiertos con esa tela de coloración azul o blanca, puesta de mala gana. Nadie saluda de beso, ni estrecha la mano de los otros. No obstante que sus garras hayan sido lavadas con anterioridad y con excesiva severidad. No conozco a nadie que se lave las manos con cierta periodicidad a lo largo del día, más que un exiguo número de obsesivos compulsivos.

Y no sólo en las calles ocurren estos episodios ridículos, tengo la leve impresión de que en cada domicilio mexicano hay un ambiente exacerbado de miedo, debido al influjo sensacionalista de los medios masivos de comunicación, lo que genera fobia a la enfermedad basada en el propio desconocimiento de esta afección viral: la influenza porcina.

Todo comenzó el jueves de la semana pasada, en los noticieros nocturnos con mayor audiencia se dio a conocer que un virus azotaba nuestra desnutrida nación. El señor López Dóriga, con todo el poder que le confieren setenta mil canas y su ignorancia al respecto, anunció que las clases seinterrumpían hasta nuevo aviso. Muchos no se enteraron en ese momento, hasta llegar a la mañana siguiente, el viernes, a sus respectivas instituciones educativas, encontrándose con pancartas que explicaban el motivo del cierre temporal de las escuelas. Para muchos estudiantes esto representó un día de ocio y reposo inesperado, asimismo para algunos padres de familia la contingencia significó un verdadero inconveniente: tener que llevar a sus mocosos al trabajo.

(¡qué ingenuidad! para que se cumplan cabalmente los planes de estudio hay que revivir a Don Miguel Hidalgo para que imparta la asignatura de Historia de México)

Ya por la noche de aquel desastroso viernes las malditas dudas hicieron su acto de aparición en la desinformada gente. El espléndido secretario de salud José Ángel Córdova salió a manifestar abiertamente que las vacunas con que se contaba en el sistema no eran eficaces para erradicar el condenado virus. Así que les recomendaba entre otras cosas no automedicarse, asistir a los centros de salud sólo en caso de presentar los síntomas, evitar saturar los hospitales sin realmente necesitar la atención médica, lavarse las manos con abundante agua y jabón, evitar asistir a lugares concurridos, así como no saludar a nadie y mucho menos de beso, no darle "la paz" a los amables feligreses de los cultos religiosos. Básicamente permanecer enclaustrado en casa, sin salir mas que para adquirir lo indispensable.

El sábado, nos levantamos con la noticia de que el asueto escolar se prolongaba una semana más, desde el 27 de abril hasta el 6 de mayo. Puesto que coincidió con las festividades del día del trabajo en el que nadie hace nada, y del cinco de mayo, conmemoración de una batalla que nadie recuerda ya.

El lunes, al caminar por las calles se seguía respirando un aire de incertidumbre, alarma y aprensión, ya que nada parecía cambiar. No había noticias alentadoras sino que aumentaban la alarma, lo único que brindaba cierta seguridad era el uso de cubrebocas. La mayor parte de las personas lo portaban, no siempre era para cubrir la nariz y la boca, algunos lo llevaban alrededor del cuello o incluso en la frente como diadema de jugador de tenis.

El martes ocurrió una variación ya que un funcionario de la OMS informaba a la prensa en teleconferencia, que se elevaba el nivel del alerta de 3 a 4. Un aumento a fase 4 significa que el virus de influenza porcina puede causar transmisión humano a humano sostenida y "brotes a nivel comunitario", indicando un aumento significativo en el riesgo de pandemia.

El miércoles la directora general de la OMS, Margaret Chan, declaró el aumento del nivel 4 al 5. Nivel 5 significa que estamos en una fase temprana del proceso de propagación de un país a otro. Sin embargo, mientras los antes mencionados niveles de alerta van en incremento, curiosamente el seguimiento riguroso de las medidas de prevención por parte de la población ha ido disminuyendo. Esto tal vez se deba a ciertos factores, en primer lugar la idiosincrasia del mexicano que incluye características como apatía ante lo que no es tangible, poca o nula higiene y paternalismo (entendido éste como que el gobierno debe resolverle cualquier problemática).

Otro factor a tomar en cuenta es lo climático, ya que nos encontramos en plena época de calor y resulta sumamente incómodo llevar puesto el cubrebocas en todo momento.

De lo más reciente que se ha dado a conocer es que el Banco Interamericano de Desarrollo anunció préstamos por tres millones de dólares para combatir la influenza y la crisis económica en el país; además de que la secretaría de salud informó que van 312 personas infectadas de las cuales 12 fallecieron y las restantes están bajo tratamiento. Sin olvidar lo más trascendental del asunto, con el fin de no ofender a los chanchitos la influenza ha modificado su nombre, ya no es porcina, ahora todo se queda entre humanos.

Ante todo esto surgen varias interrogantes:

- Si el origen del virus son los cerditos, animales que se encuentran con mayor frecuencia dentro de las granjas, ¿por qué la epidemia prevalece en las ciudades y no en el medio rural?

- ¿Por qué hay tantas variaciones en cuanto a los datos referidos a número de enfermos y de decesos causados por la influenza? ¿se desconocen estos datos o no quieren que los sepamos?

- Se ha dicho de manera oficial una cifra exacta sobre la cantidad de muertes que ha provocado dicha enfermedad, pero ¿por qué no se han dado a conocer los nombres de estos sujetos? ¿no tenían familia? ¿o eran ermitaños que solo convivian con cerdos, patos y gallinas?

- ¿ Es realmente tan grave como nos quieren hacer creer? o ¿hay algo detrás de toda histeria colectiva?

Todas estas incógnitas aparecen porque en este México en el cual vivimos, todo puede ser posible. Para muestra el caso del "chupacabras" del que hasta la fecha no tenemos pruebas fehacientes de su existencia. Su aparición oportuna en medio de la crisis del 94 siempre levantó sospechas y sueños llenos de sangre.

Nunca supimos si era un animal creado por la mente de algún compatriota supersticioso o era el apodo de un señor que bebía mucho, que contaba con inclinaciones hacia las parafilias y por ello succionaba la leche directamente de la ubre de una indefensa cabra.

Por último ante la crisis siga el ejemplo de tan ocurrente paisano, acepte las limosnas pero no los virus.

Proyecto realizado en 7 horas y 20 minutos por la compañía López/Argueta dedicada al sondeo, investigación, búsqueda, encuesta, misantropía y creación de dudas inacabables en todo ser humano.
Agradecemos la participación involuntaria de las personas que aparecen en las fotografías. Copyright, Derechos Reservados. Hosquedad, Inc. MMIX. Año Internacional de la Astronomía. Disculpe las molestias que esto le ocasiona a su criterio, muy pronto se volverá a los mismos temas soporíferos, desesperantes e interminables de los que suele discursear el autor.