Director: Sang-Jin Kim
Duración: 113 minutos
País: Corea del Sur
Elenco: Sung-Jae Lee, Oh-seong Yu, Seong-jin Kang, Ji-tae Yu, Yeong-gyu Park, Jun Jeong, Yo-won Lee, Jeong-ho Lee, Su-ro Kim, Wong-jong Lee, So-yeong Jeong
" Cuatro aburridos jóvenes deciden robar una estación de servicio, pero en el camino se van encontrando con que sus planes van cambiando de rumbo y se van complicando antes de que termine la noche."
Esta película lanzada hace justamente veinte años, resulta ser un espectáculo efectivo para que cuatro actores jóvenes fueran presentados ante el gran público; y además sirve para demostrar que el cine coreano recién revitalizado en aquel momento, demostrara que en la mayoría de las oportunidades con sus creaciones suele tener mucho que ofrecer.
En términos generales se trata de una cinta anárquica, casi filmada en forma improvisada, como si se estuviera realizando algún acto en vivo y en directo, que posee algunos momentos genuinamente divertidos, así como una película que considero que bien podría haberse hecho con buenos resultados en Occidente (puedo ver a alguien como el despreciado en estos tiempos Kevin Spacey podría haber interpretado al asediado propietario de la gasolinera, por ejemplo). Más aún, me sorprende que jamás se le haya ocurrido a alguien de este lado del mundo levantar dicho proyecto, especialmente a la gente de Hollywood que concreta remakes con todo aquello que parece brillar y que no surgio de sus poco creativas mentes. Aunque, sinceramente dudo que todo aquel entusiasmo que emite esta obra pudiera ser recapturado, ya que esta es un filme que gira alrededor de hombres jóvenes que se sienten enojados y que pretende alertar con su historia hacia problemas más grandes y por ende más trascendentales.
Si se mueven, mátalos es la frase a modo de broma particular que se emplea a lo largo del metraje de la cinta a medida que aumenta el número de rehenes capturados al interior del lugar donde sucede el atraco y, sea o no una referencia deliberada a Wild Bunch de Peckinpah, sigue funcionando en cada momento en que se utiliza.
A mi parecer, el aspecto menos convincente de la narración son los momentos en los que se vale de los flashbacks. Es decir, si bien resultan convenientes para proporcionar algunos antecedentes y la motivación de cada uno de los personajes en función del resto de sus compañeros y los actos que están realizando, sus vidas previas parecen ser dibujadas de una manera demasiado esquemática, y como resultado, los protagonistas pierden demasiado peso dramático dentro de la historia que se cuenta. Es como si dichos motivos que buscan explicarnos con aquel recurso, si son analizados por separado, una vez fuera del cuadro completo como la influencia más importante y directa para llevar a cabo sus temerarias acciones, estuvieran moralmente enervadas. Su importancia, solo es significativa, parece sugerir la película, en la medida en que cada uno de ellos toma acción directa que en la mayoría de los casos se termina volviendo una cuestión grupal.
Ahora bien, parte de esto puede ser así de forma premeditada, dado que la frustración que estos sujetos traen consigo cargando desde sus historias personales en el pasado, indudablemente alimenta su aburrimiento y enojo actuales. Sin embargo, me quedo con la sensación de que gran parte de ese terreno pudo haber sido cubierto con alguna interacción que se transformara en un asunto relevante entre los cuatro, en la cual pudieran dejar sus demonios personales en el pasado, de manera decidida y sin discusión.
En particular, deseo subrayar que lo más interesante a mi entender es lo que representa la gasolinera: dicho de otra manera este espectador advierte que, en cierta medida, se trata de la propia Corea representada en un microcosmos. Esto es, del mismo modo que el cine japonés ha reelaborado de modo repetido el trauma del holocausto nuclear en sus obras de ciencia ficción y fantasía; en esta ocasión la peculiar naturaleza que existe en el histórico enfrentamiento local entre ambas Coreas y la hostilidad mutua que se profesan hace eco en este filme, en el que justo al cierre aparece un singular lunático que amenaza con desatar el apocalipsis lo que piensa conseguir de forma adecuada reuniendo un poco de gasolina y un encendedor que sostiene en la mano.
Claramente, esta continua tensión que se vive al interior del relato juega alguna clase de papel en la psique nacional de aquel lejano país, y las repetidas solicitudes que le decreta uno de los bandidos al dueño del local de arreglarlo (el teléfono) gozan de implicaciones más profundas en lo que respecta a la comunicación o comprensión nacional.
Por otro lado, el desprecio esparcido sobre los simplistas lemas nacionales que cuelgan en la pared se vuelven evidentemente un claro acto de antipatía política explicita.
A medida que avanza la trama y la nueva y resplandeciente gasolinera (una manifestación en sí misma del milagro económico acontecido en el este de su territorio) se distorsiona cada vez en un escenario de pequeñas luchas de poder, crecientes enfrentamientos y amenazas de destrucción. Es así que se nos muestra una Corea en la que se exigen cambios, o seguramente se producirá la aniquilación, y en la que nadie parece ocupar el papel como voz de mando o asumir esa responsabilidad, como sugiere la renuncia inmediata a dicha autoridad por parte del propietario del establecimiento.
Al final un país en el que uno podría intentar mantener el equilibrio mientras se encuentra sostenido únicamente por su propia cabeza, en un hecho sin ningún sentido y que podría durar para siempre, como lo puede ser el acto de lograr cualquier diálogo. Y como muestra la escena final, una explanada repleta de coreanos listos para destruirse no es otra cosa que una perfecta representación amarga, irónica e idónea de forma despiadada de lo que se experimentaba en aquella nación.
En síntesis, de manera definitiva puedo distinguir el potencial de culto que atesora esta obra, pero ¿la película en sí misma puede ser calificada de notable? Realmente no.
Comentarios