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Les glaneurs et la glaneuse (2000)



Director: Agnès Varda

Duración: 82 minutos

País: Francia

Elenco: Bodan Litnanski, Agnès Varda, François Wertheimer.

" Varda se dedica a filmar y entrevistar en su natal Francia a todos aquellos que denomina como espigadores en todas sus formas, desde aquellos que lo realizan en los campos de recolección después de una cosecha, hasta aquellos que rebuscan en los basureros de París."

Quizás alguno recuerde a la directora Agnès Varda por su película de 1985, que en castellano es conocida como Sin techo ni ley. Pero en las últimas cinco décadas (antes de que ocurriera su muerte en marzo de este año) la llamada abuela de la Nueva Ola francesa había sido capaz de completar otras 29 obras, en las cuales la mayor parte del tiempo se dedicó a mostrar el enorme interés, el desconcierto, la indignación y la amplia curiosidad que sentía por la humanidad como especie.
Uno de sus proyectos más reconocidos en este nuevo siglo fue este documental, el primero que filmaría con una videocámara digital, que se centra en la actividad de los recolectores (o espigadores como ella les denomina), es decir aquellos seres que recogen el botín que queda después de una cosecha, así como aquellos que extraen los restantes de la basura. Algunos de ellos existen gracias en su totalidad a dichos desperdicios; otros los convierten en arte o realizando tan peculiar actividad ejercen su ética muy personal o simplemente se divierten con ello. De tal manera que, en algún sentido, la directora compara su propia profesión con la de sus protagonistas, que en su caso es la de coleccionar imágenes, historias, fragmentos de sonido, luz y color.
Por lo tanto, en este singular híbrido entre documental y reflexión muy personal, Varda plantea una serie de preguntas filosóficas. Por ejemplo: ¿Nuestras metas o ambiciones como especie han reemplazado nuestra preocupación por el bienestar de los demás, incluso cuando se trata del nivel más esencial en el tema de los alimentos? o ¿qué les sucede a quienes optan por salirse de nuestra sociedad de consumo? O yendo un poco hacia otros asuntos que le parecen fundamentales, ¿que constituye, o reconstituye el arte como labor humana?
Para ello, a lo largo de este viaje tan íntimo, entrevista a una variedad de personajes franceses. De ahí que nos encontremos por citar un par de ejemplos muy particulares, primero con un hombre que ha sobrevivido casi por completo debido a lo que halla en la basura durante quince años. Aunque el sujeto tiene un trabajo y otras formas de obtener el sustento, para él todo se trata de una cuestión de ética. Y conocemos más tarde a un individuo que posee una licenciatura en biología, cuya ocupación en aquel momento es la de vender periódicos afuera de cualquier edificio y habitar en un refugio para personas sin hogar, que suele buscar las sobras de comida luego de que algún mercado callejero se ha retirado del lugar y pasa sus noches enseñando a los inmigrantes africanos a leer y escribir.
Indiscutiblemente Varda es una mujer formada en la vieja ideología hippie, y sus simpatías claramente están con aquellos personajes que han elegido vivir fuera del sistema. De modo que elige evidenciar a la sociedad consumidora en la que seguimos conviviendo de maneras frenéticas para su objetivo, que no es otro que sugerir que deberíamos aprender a coexistir de maneras más simples lo cual considera que es vital para nuestra supervivencia.
Mientras tanto, en muchos momentos el propósito y las intenciones de su creación se advierten de manera tan evidente, que casi puede visualizarse a esa mujer entrada en años queriendo provocar y moviendo la dirección de su relato con mucha fuerza para lograr alcanzar ese ambicioso ideal. Sin embargo, no creo que esto fuese necesario, ya que el mero desperdicio de 25 toneladas de comida que son presentados en un breve capítulo al inicio de la narración, son de modo legítimo un problema que había que destapar, y desde luego una cuestión sobre la cual vale la pena hablar.
En particular, tengo entendido que es precisamente esa voluntad inquebrantable para realizar toda clase de declaraciones directas en sus trabajos, en lugar de dedicarse a sentarse en la acera para mirar la vida pasar lo que más disfrutaron siempre los fanáticos de Varda, sabiendo que aquella indignación que padece está profundamente arraigada en su amor por la humanidad.
Otro aspecto que destacaría es que la directora determina insertar en determinar su propio humor que casi calificaría de lúdico, aunque obviamente es un humor sutil y muy francés que difiere ampliamente de aquel que vemos digamos, en este país tan acostumbrado al albur y al doble sentido. Un caso perfecto de este tipo de carácter reflejado en sus chistes, se pone de manifiesto en una escena en la que aparece un juez ataviado con una túnica completa que permanece de pie en un campo de donde se cosechan coles, mientras empieza a citar a la perfección la legalidad que se halla en el acto de espigar con todo el capítulo y el verso correctos.
En definitiva, pintoresca y exuberante, Varda, que en aquella época contaba con 72 años, se hallaba en una edad en la que le preocupaba más divertirse con su oficio que impresionar a algún mortal. Con lo que parece ser su juguete digital portátil, recorre su casa y dictamina que debe tomar una pausa para apreciar un parche que ha sido colocado en algún lugar del techo. Y, como si esto no fuese suficiente, cuando más tarde se le olvida apagar la cámara, resuelve utilizar esa parte filmada sin su voluntad y titularla de manera candorosa como el baile de la tapa de la lente.
Además, otro de los desarrollos temáticos que subyacen a lo presentado con imágenes es el ciclo natural de la vida, presentado a través de la cosecha y la posterior decadencia. A menudo, la abuela filma sus manos arrugadas y habla directamente hacia la cámara sobre su proceso de envejecimiento, lo que sugiere que su propia mortalidad está presente en su pensamiento. 
En consonancia con ello los espigadores suelen arrancar las frutas antes de su descomposición, mientras que Varda está animada a vivir la vida al máximo, desafiando lo inevitable que es la propia muerte. Hacia el final de la película, gracias a un amigo consigue salvar un reloj sin agujas. Al mismo tiempo que filma su rostro que pasa por detrás del objeto, observa: Un reloj sin agujas, es la clase de cosas que me gustan.
Para simplificar si eres el primero en conseguir una papa con forma de corazón de alguna cosecha, o construir con un montón de muñecas desechadas alguna clase de efigie o una enorme fortaleza, este documental tan diferente y casi estrafalario es probablemente la clase de cosas que te pueden gustar.

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