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Ford v Ferrari (2019)



Director: James Mangold

Duración: 152 minutos

País: Estados Unidos / Francia

Elenco: Matt Damon, Christian Bale, Jon Bernthal, Caitriona Balfe, Josh Lucas, Noah Jupe, Tracy Letts, Remo Girone, Ray McKinnon, JJ Feild, Jack McMullen, Corrado Invernizzi, Joe Williamson, Ian Harding, Christopher Darga, entre otros.

" El diseñador estadounidense de automóviles Carroll Shelby el conductor británico Ken Miles luchan contra la interferencia corporativa, las leyes de la física y sus propios demonios personales para construir un revolucionario auto de carreras para Ford, y conseguir con ello desafiar a Ferrari en la célebre carrera de las 24 horas Le Mans que ocurrió en 1966."


Basada en la novela de A.J. Baime Go Like Hell: Ford, Ferrari, y su batalla por la velocidad y la gloria en Le Mans del año 2009, con un guión escrito por Jason Keller, Jez Butterworth, y John-Henry Butterworth, y dirigida por James Mangold, Le Mans '66 (lanzada en Estados Unidos con el título igualmente genérico de Ford v Ferrari), la película tiene como dato curioso que cuenta con la presencia de Michael Mann como productor ejecutivo. Esto es importante, ya que el propio Mann ha estado tratando de llevar a la pantalla desde 1993, una adaptación del libro Enzo Ferrari: el Hombre, los Autos, las Carreras escrito en 1991 por un hombre llamado Brock Yates. De hecho, en algún momento, el Enzo Ferrari con Mann a la cabeza se había constituido para ser protagonizada por Christian Bale, antes de que fuese reemplazado por Hugh Jackman. Si aquel proyecto se terminará realizando o no, sigue abierto a la especulación, pero en este punto parece poco probable a raíz de la participación del propio Mann en esta producción, una película bien ejecutada y elaborada, pero sin tomar demasiados riesgos.

Desde luego Mangold es un buen director, pero no es Mann (que tampoco es santo de mi devoción), ni mucho menos, y la película hasta cierto punto me dejó con la interrogante, al reflexionar sobre qué tipo de brillo en términos de movimiento y celeridad habría aportado Mann a un material similar. En contraste con la filmografía y lo que se conoce que puede dar Mann como realizador, esta obra jamás podría ser acusada de abrir nuevos caminos en el séptimo arte o por intentar algo especialmente original: suele coquetear con casi todos los géneros que existen, los emplea de manera adecuada, pero jamás se desvía de la fórmula. En otras palabras, aborda y analiza temas como la amistad, el orgullo masculino, la integridad personal, enfocándose solo en el varón habla de la competencia entre arte y comercio, así como la que existe entre los individuos versus las corporaciones.
Es en esencia, una creación que lanza una teoría al respecto sin comprometerse demasiado en el peliagudo asunto (ya que tampoco es una cinta de autor) cuyo único objetivo en ese sentido es complacer a la audiencia, y que fue edificada gracias a la magia de la tecnología y la sensibilidad estética correspondientes a lo que se denomina modernidad. Y aunque muchas de las partes que la conforman en lo individual, son elementos tan seguros y familiares que provocan insatisfacción, el conjunto se logra levantar de forma inesperada y se transforma en un asunto muy agradable como experiencia.
La historia arranca en 1959 cuando Carroll Shelby gana la carrera de Le Mans en ese año, solo para que más tarde le comuniquen que padece de una afección cardíaca y que por lo tanto debe dejar de competir. Cortamos y vamos directo a 1963, ahí se nos presenta a Henry Ford II (un estupendo Tracy Letss, que se roba todas las escenas en las que aparece) quien acaba de recibir una oferta para adquirir la compañía Ferrara que al final es rechazada, y quien luego es personalmente insultado por el propio Ferrari. Lívido, Ford II decide construir un automóvil capaz de ganar en Le Mans, competencia que Ferrari domina y que ha ganado en 1958, 60, 61, 62 y 63. Entonces, el vicepresidente y gerente general de la empresa, Lee Iacocca se contacta con el mentado Shelby, el último piloto que no pertenece a Ferrari que ha ganado el evento y le pide que diseñe un nuevo vehículo. 
Por tanto, el tipo se pone a trabajar en el proyecto, pero le asegura que van a necesitar un gran conductor para la aventura que les espera, así como un coche bien diseñado. Es así que, se acerca a Ken Miles, quien goza de la reputación de ser uno de los mejores pilotos del mundo, y es conocido por su casi capacidad sobrenatural para identificar problemas en los autos de pruebas, luego de conducirlos una o dos vueltas en un circuito. Sin embargo, debido a su volatilidad y personalidad impredecible, pocos desean trabajar con él. Como sea, el inestable hombre se suma al proyecto, pero de inmediato se enfrenta al rechazo de los ejecutivos de Ford, en particular el vicepresidente ejecutivo Leo Beebe.
En algún sentido, el filme es similar a aquella cinta del citado Mann de 2001 cuyo título es Ali; particularmente en la medida en que utiliza los grandiosos momentos que ya son historia para contar un relato más íntimo. Es decir, Mangold usa la determinación que se requiere para ganar la mentada carrera como fondo para examinar otras cuestiones como la amistad y el choque entre individuos talentosos, para quienes el éxito es su propia recompensa y empresas que no son capaces de percibir valor en nada, a menos que sea monetariamente redituable. 
De hecho, si se pretende ingresar en el ánimo conspirador, podría argumentarse que la cinta es en realidad un comentario sobre el sistema de estudio que impera en Hollywood, con los protagonistas Shelby y Miles representando a aquellos cineastas independientes que aman el oficio como tal y simplemente ven el medio como una forma de arte, mientras que los ejecutivos de Ford encarnan a los estudios, siempre más preocupados por los dólares que puedan surgir en el fondo que por la integridad artística, siempre obstaculizando a las personas que, si se les dejara trabajar con libertad creativa, podrían producir obras espectaculares (en este caso, habría que ignorar el hecho de que todo parece haber sido confeccionado por un algoritmo, diseñado únicamente para disponer de cuantos clichés existan sobre felicidad o ser positivos como sea posible).
Pero bueno, la película incluso también llega a tener sus puntos de comedia en algunos momentos, especialmente en una escena en la que Shelby aparece en la casa de Miles, y luego de un intercambio de palabras, los dos terminan peleándose en la calle. Este ridículo evento, ocasiona que la esposa de Miles, cuyo nombre es Mollie (un personaje desperdiciado) salga de la casa, y se ponga a contemplar a los dos hombres mientras pelean, la mujer vuelve a entrar y regresa con una silla para el jardín, una bebida y algo que leer para pasar el rato. Luego se sienta a observar el estúpido evento. Es un momento cómico, no obstante también es de gran importancia temática: este es un mundo de hombres (Mollie es prácticamente la única mujer en toda la película), pero en este breve momento, el público puede abstraerse del asunto y reírse de la situación, esto es, percibir lo absurdo de la competitividad masculina: los hombres siempre serán niños en el lugar común que guarda ese concepto, siempre tratando de superarse unos a otros y enfureciéndose por algo tan inútil como un auto veloz.
Sin embargo, este enfoque temático, no significa que la película ignore todas las complejidades que existen en las carreras; por el contrario, hay una gran cantidad de charlas tecnológicas alrededor de vectores, aerodinámica, las matemáticas presentes en el torque o torsión mecánica, la torsión del metal y los entresijos de la física. Además, aunque temáticamente, el enfoque no está en las carreras en sí mismas, no se puede negar que el diseño estética de estas escenas es ejemplar, aunque familiar. No sabemos si Mann habría hecho maravillas con ello, pero Mangold, el director de fotografía y los diseñadores de sonido han creado momentos realmente intensos que valen mucho la pena. 
En la mayor parte del metraje, tanto el director como el fotógrafo evitan las tomas más objetivas (por ejemplo, no hay encuadres generales que nos brinden una conveniente perspectiva de toda la carrera), y hay muy pocas tomas que nos muestren algo que Miles mientras conduce, no pueda ver. Es decir, las escenas no se filman en primera persona, pero nuestra visión está anclada a la suya. Esto, por supuesto, contribuye a una focalización subjetiva y genera la sensación de estar el automóvil con el personaje, lo que produce un nivel predeterminado de intensidad, así como también le regala al espectador un punto de vista perfecto desde el cual descubrir cuán rápidos corren estos tipos, y cuán difícil es lo que hacen en realidad.
Ahora bien, en términos de carencias y aspectos que reprocharle, solo hay dos que considero de importancia. El primero se refiere a lo poco arriesgada y elemental que es la película en términos generales. 
Pero veamos, en el aspecto estético aunque las escenas de carrera son dinámicas y emocionantes, no hay nada nuevo o innovador en ellas; y en cuanto a los temas, la película no cuenta nada que no hayamos escuchado antes; y estructuralmente, camina por un sendero muy desgastado, por lo cual lo más probable es que estando del otro lado de la pantalla todo lo que crees que podría suceder en la trama, termine por suceder. Con esto quiero expresar que es la historia más básica del desvalido, y se adhiere de forma rígida a ese molde narrativo. Un buen ejemplo de esta rigidez, es el personaje de Beebe. En cuanto a su naturaleza, es un villano construido con base en un arquetipo y por lo tanto mal escrito, porque en esa fórmula se supone que no se puede tener una historia del hombre desamparado sin un villano simbólico (el cual generalmente se presenta como el jefe que interfiere de forma burocrática, como ocurre aquí). 
En esta ocasión, cuando el director siente la necesidad de suministrar algún conflicto en los hechos, Beebe aparecerá para lanzar algún truco maligno contra los héroes de la historia. ¿Su motivación? Más allá de algunas breves referencias que hace en algún momento a que no considera que Miles sea un verdadero hombre de Ford, su constante antipatía hacia el carismático protagonista nunca se explica. Es decir, el personaje es un villano que funciona como una navaja militar suiza que puede usarse para múltiples propósitos, un modelo de chico malo que sirve para toda ocasión sin una pizca de matiz en su construcción o conciencia.
El segundo problema que observo concierne al propio Shelby que es un sujeto unidimensional de modo decepcionante (en el mejor de los casos), ya que no conocemos absolutamente nada sobre su vida personal; por ejemplo, la cinta no hace referencia al hecho de que en 1963 estaba casado con la esposa número tres, de siete que tuvo en su larga existencia. El punto es que, me quede con varias incógnitas sobre el personaje del tipo ¿quién es el Carroll Shelby que vemos en la película? y ¿por qué a la gente como yo que no nos importan las carreras, deberíamos sentir alguna clase de interés por ese hombre? Nunca se recibe una respuesta: solo se trata de Matt Damon con sombrero y hablando con un acento sureño. Y eso es todo el desarrollo del personaje que se obtiene.
Finalmente, aunque estos problemas me resultan significativos, solo lo son de forma aislada, lo que pasa con el filme es que está tan bien hecho, que se eleva por encima de su esencia repleta de lugares comunes y demasiado familiares que se muestran en muchas de las escenas de manera individual, lo que trae como consecuencia que el todo es mucho más que la suma de sus partes.
En mi caso, seguirá siendo una película sobre la amistad y la integridad personal en lugar de una obra sobre las carreras, que no toma riesgos ni infringe ninguna regla. De hecho, no realiza algo que pueda etiquetarse como innovador. Sin embargo, dejando de lado todas sus carencias, no pude evitar disfrutarla. 
No sorprenderá a nadie, probablemente no te conmoverá, y ciertamente no cambiará tu vida, pero la narrativa sobre la historia de este par de hombres es clara y refinada, y vale la pena emprender el viaje.

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