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Happiness (1998)



Director: Todd Solondz

Duración: 134 minutos

País: Estados Unidos

Elenco: Jane Adams, Jon Lovitz, Philip Seymour Hoffman, Dylan Baker, Lara Flynn Boyle, Justin Elvin, Cynthia Stevenson, Lila Glantzman-Leib, Gerry Becker, Rufus Read, Louise Lasser, Ben Gazzara, Camryn Manheim, Arthur J. Nascarella, Molly Shannon, entre otros.

" Las vidas de distintos individuos se entrelazan a medida que se transforman sus existencias de una manera única, participando en actos que la sociedad en su conjunto puede encontrar inquietantes en una búsqueda desesperada de conexión humana."

En primer lugar, todo lo que puedes haber escuchado sobre esta obra es cierto: esta película es sumamente gráfica con los temas que aborda en su argumento y es casi imposible experimentarla y lograr atravesar su visionado sin tener por lo menos una vez, las ganas de cubrirse los ojos a manera de defensa ante lo expuesto en la pantalla. Sin embargo, vale la pena señalar que las escenas más incómodas, son precisamente de ese modo debido a una empatía que la audiencia es capaz de establecer con los personajes. Y es precisamente ese nivel de empatía que alcanza, el que a menudo incita al espectador en una dirección opuesta a lo que podría denominarse como las costumbres sociales lo que lo lleva a retorcerse a causa del desagrado en el mullido sillón en el que se encuentra cómodamente sentado.
No sé cuántas de las personas que ahora abundan por todos lados y se llaman a sí mismos como críticos, se han educado en teoría del cine, pero ese tipo de efecto, ese profundo impacto emocional generalmente se considera positivo en las películas. Entonces, realmente y pretendiendo ser objetivo, lo que la mayoría de las personas rebaten acerca de esta cinta es el contenido de la misma, muy independiente de lo que desearían fuese diferente en lo que respecta a lo que el resto de los mortales ha decidido creer.
Dicho esto, me parece una película muy destacada justamente por el nivel de comprensión humana, empatía y realidad que abarca y que detenta al mismo tiempo. Es decir, retrata la naturaleza humana de adentro hacia afuera, ahí en la zona donde es menos digna y más patética. De tal manera que lo que vemos es un número de personas que luchan de manera desesperada por conseguir su realización, por conseguir esa supuesta meta llamada felicidad, porque hasta cierto punto han logrado cumplir con cada uno de sus deseos y al final han encontrado que todo el asunto solo los ha llevado a sentirse vacíos.
Ahora bien, dado que ellos mismos no se han dado cuenta de este hecho irrebatible (la mayoría de las personas tampoco lo hacen), buscan esa realización, esa satisfacción a la que consideran tienen todo el derecho, usando a otras personas para conseguirla. En otras palabras, es este comportamiento de destrucción fundamental en el deseo humano, el que causa ese malestar, esa maldad en los personajes de este filme.
Desde luego puse maldad en cursiva porque, como lo demuestra magistralmente la obra de Solondz, no existe la maldad como tal en esta película; solo hay naturaleza humana y sufrimiento. Esta ausencia de juicio moral por parte del autor, que no deja de ser inquietante, es lo que permita la espectacular sensación de empatía antes citada y la íntegra complejidad moral de esta cinta.
Cuando una película comienza con una brillante escena entre dos personas, en la que una está rompiendo su relación con la otra, que culmina con un acercamiento al tugurio verbal que está junto al basurero llamado mierda, sabes que has ingresado en una zona distinta, que hay algo oscuro de manera indiscutible en esta historia. Cuando la escena es proseguida por el sencillo título de apertura Felicidad caligrafiado en una escritura bastante cursiva, sabes que también toda la experiencia tendrá su componente irónico.
Esta Felicidad fue escrita y dirigida por Todd Solondz, la mente que estuvo detrás de una cinta nombrada Bienvenidos a la casa de muñecas, una cinta igualmente destacada pero a la que es difícil acercarse si el espectador goza de alguna clase de bondad en su alma. Esta creación sigue la misma linea de aquella, aunque esta vez, en lugar de centrarse en un personaje, Solondz coloca a una familia de New Jersey en el centro de la trama y desarrolla nuevos personajes a través de su relación con la familia.
Pero revisemos a la familia: primero tenemos a Mona Jordan, la matriarca del clan a quien su esposo acaba de confesarle que ya no le ama; ahí aparece Lenny Jordan quien simplemente está harto de sentirse atado a alguien todo el tiempo, mientras le insiste a su mujer que no hay nadie más que le haya provocado a tomar la decisión de dejarla. 
Acto seguido, se presentan las hijas. La primera de ellas es Joy, una mujer soltera de treinta y tantos años, con empleos mal pagados, que es menospreciada de modo constante por su familia e ignorada por la sociedad. Ella es muy cercana a su hermana Trish, una madre que se queda en casa con tres hijos, y a quien le gusta presumir a todo aquel que desea escucharla que lo tiene todo en su vida. Su esposo Bill es un psiquiatra que da la apariencia de ser un hombre de familia casi estoico, que en realidad es un pedófilo que, luego de los cinco minutos posteriores a la presentación de su personaje, se dirige a una tienda de conveniencia para adquirir una revista de chismes para adolescentes, para después masturbarse en el asiento trasero de su auto mientras contempla las fotos de los niños que aparecen en la portada.
La tercera hermana de la familia es Helen, una escritora que recientemente se volvió famosa por publicar una especie de diario repleto de pensamientos cercanos a la angustia (lleno de mentiras) que atesora una opinión más que favorable sobre sí misma y un enorme talento para conseguir que los demás se sientan mal consigo mismos, sin levantar nunca la voz y empleando un tono suave como el cristal, y logrando que sus ataques prácticamente no se noten. 
Por otro lado, está su vecino Allen (ambos aparecen en la foto de allá arriba) quien está enamorado de ella, solo que el tipo es tan inepto para ese tema de la socialización, que es incapaz de acercarse a ella aunque se la tope todos los días a solas en el elevador del edificio en el que residen. Como el sujeto vive insatisfecho de manera permanente, intenta satisfacer sus deseos haciendo primero al azar llamadas telefónicas de índole sexual a varias mujeres y luego convirtiendo a la propia Helen en su único objetivo. 
Otro personaje es la otra vecina Kristina, quien es una mujer insegura y apacible que de forma constante trata de volverse amiga de Allen, posiblemente con un interés amoroso como motivación. Aunque el giro mordaz que sufre ese personaje no tiene parangón.
Como sea, hay una gran cantidad de personajes en este ensamble narrativo como conjunto, y las líneas de la historia se vuelven complejas y cada vez más intrincadas a medida que avanza la película. Esta Felicidad está repleta de excelentes actores en cada uno de los personajes (ciertamente en la parte superior de la lista situaría al fallecido Hoffman), pero el personaje más convincente y la representación más certera de alguno de ellos sin duda sería el trabajo realizado por Baker del perverso psiquiatra Bill Maplewood.
Obviamente, una creación que aborda de una manera tan firme el tema escabroso de la pedofilia y la violación infantil, particularmente bajo el disimulo de ser una comedia de humor negro, será observada bajo un escrutinio más cercano, pero incluso bajo este análisis tan cerebral, la representación de Baker es absolutamente perfecta y chocante. Ya que si bien su personaje es reprobable, Baker puede ser capaz de proporcionarle un lado humano, lo que me llevó a reflexionar que sí, se trata de un hombre de comportamientos terribles, pero también llegué a sentir cierta simpatía con su persona porque al final se trata de un hombre enfermo. 
Al final, no hay muchos actores en los que se pueda pensar que puedan desempeñar un papel tan estupendamente como lo hizo Baker. Supongo que por ello, desde entonces se la han pasado entregándole personajes del mismo talante en series como La ley y el orden.
Para ir concluyendo con esta breve reseña, como dije antes, la obra y su título están plagadas de ironía porque, en la superficie, todos son miserables. Sin embargo, pronto en la trama se vuelve relativamente claro que así como existen estas personas, y cada una de ellas, hasta cierto punto está viviendo en un estado que creen que es la felicidad, por equivocada que parezca. Todos terminan heridos o decepcionados en algún sentido, pero aún siguen juntos y parecen estar satisfechos de habitar en esa rutina emocional destructiva en la que se encuentran. 
En cuanto al director Solondz, debe decirse que goza de un gran talento, de una agudeza para poner justo el dedo en la llaga de la miseria. Acercarse a su trabajo es lo mismo que ocurre cuando, al escuchar a Stephen King ha expresado que obtiene la inspiración para sus historias de sus propios sueños, lo cual le reditúa de algún modo ya que al menos provoca que millones sean aterrorizados por las noches, quien sabe cómo sería obtener un asiento en primera fila para descubrir lo que hay en el interior de la mente de Solondz. Lo fundamental es que gracias a dicho contenido tan inusual, se te regala la ocasión de reflexionar por muchos días y sobre varios tópicos al respecto.
Habría que reconocer todos los riesgos que tomó al abordar esta clase de asunto, así como las actuaciones y me dejé seducir por la cinta en su conjunto porque al final, es solo eso, una gran obra cinematográfica.
Tal vez no sea una película cuyo visionado sea posible calificar como relajado o mucho menos sencillo, y a veces puede no ser del todo agradable, pero es relevante la forma en que está escabrosamente armada. Es como imaginar el reto que sería tratar de volver a unir pequeños fragmentos de cristal en su lugar con unas pinzas: los personajes de la historia son tan frágiles y por lo tanto están listo para romperse en cualquier momento, ya sea que puedan ser capaces de verlo por sí mismos o no.
Por lo tanto, la moraleja de esta historia (si es que la hubiera) es que la forma más segura de destruir la felicidad es buscarla afanosamente. Y eso, me parece, es un mensaje que no solo hace de esta una obra destacada, sino también una obra de arte de tremendo valor social.

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