Director: Neil Jordan
Duración: 110 minutos
País: Estados Unidos / Irlanda
Elenco: Eamonn Owens, Sean McGinley, Peter Gowen, Alan Boyle, Andrew Fullerton, Fiona Shaw, Aisling O'Sullivan, Stephen Rea, John Kavanagh, Rosaleen Linehan, Anita Reeves, Gina Moxley, Niall Buggy, Ian Hart, Anne O'Neill, entre otros.
" El antisocial hijo de un padre alcohólico y una madre bipolar, se desarrolla y crece en la Irlanda de los años sesenta."
Neil Jordan, famoso realizador conocido por cintas como Michael Collins y The Crying Game por la cual obtuvo cierta notoriedad en la industria, regresaba en esta oportunidad a un estilo de cine que podría calificarse como mucho más convencional. En esta ocasión, decidía dejar de lado a las estrellas para que formaran parte del elenco de su obra: ni Liam Neeson, ni Aidan Quinn, ni Julia Roberts aparecen por aquí. Esta vez, el asunto era conseguir el realismo, lo que suele llamarse como cinema verité, disponiendo para ello de un reparto que no causara demasiada repercusión por el prestigio asociado a sus nombres (salvo Stephen Rea), provocando con ello que la atención no estuviese centrado en los actores sino en la historia que narra la película.
Desde luego, esta peculiar intención del director es a la postre, uno de los tanto aspectos positivos de su creación, ya que de alguna manera su trama es como subirse a una montaña rusa en la que se experimentan toda clase de emociones y sensaciones, momentos de enorme intensidad, demasiado salvajes que generan una formidable exaltación.
Conviene subrayar que el argumento se trata de una poderosa exposición sobre cómo los niños y su existencia pueden tomar rumbos funestos, luego de atravesar una infancia complicada.
Lo fundamental es que, en este filme no se hace uso de una cinematografía en extremo sofisticada, no existen en ella momentos que pudiese nombrar como simplemente divertidos; no hay cierres al estilo de Hollywood, ni tampoco héroes de la pantalla al estilo de Schwarzenegger. En resumen, todo corresponde a una comedia puramente negra que se basa en un fabuloso guión.
En lo que toca a la historia que cuenta, gira en torno a la vida de Francie Brady, un muchacho irlandés que se dedica a realizar todo tipo de travesuras. En compañía de su mejor amigo Joe, ambos son los alborotadores local de un pequeño pueblo en alguna parte de Irlanda. Pero, hay más elementos en el personaje de Francie de lo que uno pudiese imaginar. En algún punto, luego de cada acto impulsivo que concreta, va quedando cada vez más claro que lo suyo en realidad es un alma con cierto elemento obscuro en el núcleo, y luego del fallecimiento de figuras importantes en su vida, así como el tiempo que termina pasando tanto dentro como fuera de los centros de detención juvenil, además del contacto que tiene con algunos perversos sacerdotes que gobiernan dichas instituciones, terminan por llevar al niño al límite.
Y conforme transcurren los minutos del metraje, el personaje va pintando lo que resulta ser un cuadro perfecto de lo que significa una hipérbole. Es decir, Francie parece ser siempre un chico feliz, enérgico y listo para la acción, pero en su interior habitan también demonios sangrientos y una violencia inimaginable. Es precisamente esa hipérbole la que produce tanta tensión en la película, la que lleva a preguntarse en cada momento que decisión arrebatada tomará a continuación y cuándo resolverá hacerlo.
De manera análoga, el argumento es narrado por el Francie adulto, uno que ha pasado su vida encerrado en una clase de prisión para personas con problemas mentales. Su narración empleando la voz en off para ello es en todos sentidos humorística e irónica, aunque ocasionalmente le quitan un poco de seriedad al asunto, los comentarios alegres y triviales que suele hacer. A su vez, Francie suele dialogar con su yo más viejo, consiguiendo con ello recordar alguna cinta ochentera que involucraba el tomarse un día entero para hacer lo que se te plazca; no obstante más allá de esto, la película es una genuina odisea.
Sin embargo, el filme también cuenta con momentos en extremo pausados en los que pierde gran parte del dinámico ritmo que había alcanzado con anterioridad. Por ejemplo, en aquellas escenas donde se muestran los instantes cotidianos que se vuelven demasiado largas e interminables, lo cual desencadena unos intensos deseos de gritarle al mocoso pelirrojo que tome el bendito cuchillo de carnicero y disponga de la vida de algún mortal. Todo con la aspiración de que la película vuelva al sendero de la vehemencia. Como sea, ese tampoco debe ser un problema que merezca ser destacado, tal vez solo podría tratarse de mi afán por volver a escalar la pronunciada cuesta. En otras palabras, si no tuviese dichas escenas, no pudiera ser posible contar con ese ingrediente que al final de cuentas la convierte en una cinta tan conmovedora.
Para finalizar, otro aspecto que destacaría es que goza de un desenlace que tildaría simplemente como satisfactorio. En realidad, todos solemos tomar nuestra infancia como un tema al que damos por sentado y al que por lo tanto podemos referirnos de una sola manera. Por tal motivo, quizás no hemos reflexionado en que tal vez tuvo sus altas, y que del mismo modo también tuvo sus bajas.
En este caso, esta es una obra que retrata qué tipo de infancia surge de las bajas continuas presentes en ella, en una que estuvo siempre dominada por la miseria y la pérdida, y cuánto efecto puede tener esa clase de eventos en una mente tan impresionable como la que posee el protagonista del relato.
En pocas palabras, una cinta admirable, de humor muy negro y por ende casi sombría, violenta, dramática y muy divertida. De hecho, algo que se ofrece muy poco en estos días, una perfecta rara avis.
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