Ella, tan inestable como aparentemente sensible. Entraste en este círculo emocional con total espontaneidad.
Al principio, no te quiero mentir, pensé que eras algo rara, por tu forma de caminar, como un toro enfurecido, aplastando el suelo con fuerza bajo tus pequeños pies; por tu forma de vestir, un tanto atrasada en el tiempo, con esas prendas tan enormes que parecían de hombre y tus pantalones obscuros marcando unas bonitas piernas más una insinuante barriguita; con tu forma de maquillarte, resaltando en exceso tus enormes ojos cafés, que daban miedo, bajo una capa de maquillaje de color parecido a tu piel y lápiz de ojos azul; por tu forma de comunicarte, pasando de un tono normal de voz a un susurro, acompañado de ese rostro que transmitía compasión y lástima, con esa manera de expresarte sin respetar el espacio de toda conversación entre dos personas, acercándote tanto a la cara que parecía que me fueras a besar con cada palabra, acercándote y alejándote según cambiara tu emoción al expresar lo que me narrabas, con mucha agitación, dramatización, como una buena obra de teatro antigua.
Todo eso me extraño, pero te acepté como eras, por tu excesiva preocupación por mi, por querer hacerlo bien, por esas invitaciones inusuales a tu casa que solía aceptar y habiéndonos conocido sólo pocas semanas atrás.
Sí, te acepté tal cual eras, hasta que te conocí más.
Demandabas más y más atención y yo no podía prestártela porque se la dedicaba a la escuela o a mi espacio personal, o porque me cansaba de tus constantes desapariciones. Entonces tu rostro cambiaba, o bien sacabas una ira infundada sobre algún aspecto de la relación que había omitido u olvidado o a tu manera de ver, mal realizado, o entrabas en un estado enfermo inusual, cuando antes reías y cantabas con total alegría.
Tuviste más que suerte, porque le encontraste a él y pobre ignorante, le involucraste en tu juego, se convirtió en tu fiel protector. Aunque al principio no fue así, ¿lo recuerdas?
Al principio me comentaste que te acosaba, que tú le habías dicho que no querías nada con él y que se puso agresivo contigo.
Alarmado, te apoye a que lo denunciaras, pero dijiste que no. Algo tan grave y dijiste que no. Y al día siguiente ya estabas de nuevo coqueteando con él y metiéndotelo en el bolsillo.
¿Querías hacer las cosas bien o sólo buscabas la aprobación de tu madre? Pobre, cada día no sabías como escabullirte de ella. En cuanto te llamaba, respondías con premura y le hablabas con esa vocecilla frágil, de niña indefensa, le mostrabas lo que tu frágil y dolorido cuerpo habia hecho esa tarde solito, con la única compañía de tus desfeminizadas manos.
Sólo recibías una afirmación, casi siempre vociferada. Nunca un "muy bien" o un "sigue así", y eso te destrozaba.
Tu Dios te ignoraba. Entonces volvías a cambiar, de una sonrisa pasabas a una ira contenida que descargabas contra mí o a diversas muestras de una supuesta enfermedad jamás curada, para que el otro, tu hombre protector, fuera corriendo-una vez más- a tu lado, te mandara a descansar a casa, o incluso te dejara salir antes de tiempo. Nunca terminabas lo que empezabas, y eso provocaba problemas, cuestiones inconclusas.
Lo peor de todo era cuando hablabas en susurros, como una niña pequeña a tus casi 30 años, con voz de "gugu-tata". Era odioso.
Y te fuiste quedando sola. Bueno, sola no, siempre podías comprar la admiración de algún hombre recién aparecido en tu vida, pero de menos status que tú, que te servía durante unos días o quizás meses para colmar tus ansias de estima. Hasta que te dabas cuenta de que ese no te importaba porque no tenía el nivel intelectual que poseías. O cuando prestabas dinero a gente recién conocida, o me dabas regalos para comprar mi amistad, o intentabas interceder ante un problema entre nosotros.
Sacaste a la luz lo peor de mí, me metí en tu bucle de aprobación, desaprobación, pseudofantasía y recriminaciones. Me tuve que ir de allí para perderte de vista.
¿Ganaste la partida? No por mucho tiempo, se deshicieron de ti.
Comentarios