
Director (es): Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack
Duración: 100 minutos
País: Estados Unidos
Reparto: Fay Wray, Robert Armstrong, Bruce Cabot, Frank Reicher, Sam Hardy, Noble Johnson, Steve Clemente, James Flavin y King Kong.
" Un equipo de cine van a rodar una película a la misteriosa isla de Teschio, al este de Sumatra. Allí los recién llegados descubren la existencia de una civilización prehistórica y de una tribu ancestral que secuestra a la atractiva Ann, la actriz protagonista, para ofrecerla en sacrificio ritual a King, un gigantesco gorila. El animal se enamora de la chica, defendiéndola del ataque de criaturas prehistóricas antes de ser reducido por la expedición. Inmediatamente se decidirá transportar al asombroso simio a Nueva york, para ser exhibido públicamente. El contacto de King Kong con un mundo que no es el suyo y el amor que siente por Ann precipitarán trágicamente los acontecimientos."
En 1933, y siguiendo un argumento de Merian C. Cooper, Leon Gordon y Edgar Wallace, irrumpía como un huracán en las pantallas de todo el mundo esta película. Un clásico imperecedero, que aún hoy continúa cautivando a generaciones de adolescentes que descubren que el cine es algo más que palomitas y caras atractivas. Un mito que fascina por su forma, conmueve por su encanto y sorprende por su ejecución.
Poco podré añadir a estas altura sobre este clásico indiscutible. Ya que quien no ha visto alguna vez en su vida esta película, o ha visto documentales o leído críticas y curiosidades sobre la misma.
Asombrosa y brillante por su calidad técnica. Sobre todo una fotografía encomiable, que incluye unos efectos especiales que debieron de suponer todo un reto en aquella época. Jugando con los enfoques de cámara, con maquetas y miniaturas, utilizando técnicas que para aquellos tiempos debieron ser novedosas como la superposición de planos y animación de las criaturas, consiguiendo resultados que cualquiera que se dedique a la animación en la actualidad podría envidiar. Por aquel entonces, los efectos especiales se basaban en muchos trucos artesanales, en crear ilusiones ópticas y en utilizar limitados recursos con mucha inventiva. Porque cuando una película realizada hace 77 años consigue captar plenamente nuestra atención y mantenernos absortos ante el televisor, eso significa mucho. Es un fenómeno que no resulta nada sencillo de comprender y mucho menos de explicar.
Al final, acabo por concluir que mientras siga viendo King Kong con los ojos muy abiertos y con la capacidad para sorprenderme intacta o poco deteriorada, podré seguir sintiéndome un niño.
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