
Unos sangrientos títulos de créditos dan comienzo a esta película. En ellos vemos como la sangre emana a borbotones de un lugar que no vemos y se cuela por las hendiduras del suelo de la barbería de la calle Fleet. Un viejo y magullado sillón de color rojo se sitúa en medio de la oscura sala, iluminada tan sólo por la luz entrante de las ventanas de la alcoba. Un único cuadro al fondo de la estancia de una mujer y un bebé le sirve de decoración. Este es el escenario cumbre de esta película de Tim Burton, su sexta colaboración con Depp, la tercera con Bonham Carter, y lo más importante, su primer musical.
Tim Burton es bastante conocido por ser un director que no es del gusto de la Academia. Sus películas son verdaderos trabajos de autor, siempre con su estilo único aunado a un toque gótico muy particular, además de las historias que desarrolla que en muchas ocasiones no son lo que parecen. Es como si Burton hubiese filmado cada una de sus obras en Halloween.
La dirección de Burton en este caso es verdaderamente fantástica, explorando su sello visual muy particular con gran valentía. En esta ocasión, la atmósfera tan obscura le brinda una pincelada genuina a la historia, de un modo que ambas se complementan; porque no importa cuan sombría es la ciudad no se puede comparar con los ciudadanos que viven en ella. Benjamin Barker, quien alguna vez fue un hombre puro e ingenuo como el mismo se define, se convierte en uno muy tenebroso, en Sweeney Todd. Y no existe mejor actor en el mundo que pueda interpretarlo como Johnny Depp lo hace.
Sweeney Todd es un hombre motivado por la venganza, un hombre que unicamente responde al llamado de la muerte. Depp expone las circunstancias del personaje, los factores psicológicos que lo incitan a cometer diversos asesinatos, casi siempre apoyado por su cómplice la señorita Lovett, la panadera.
Una creación que contiene mucha sangre y dejará al espectador en un silencio total.
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