
Director: Ingmar Bergman
Duración: 85 minutos
País: Suecia
Reparto: Bibi Andersson, Liv Ullmann, Margaretha Krook, Gunnar Björnstrand.
" Elisabeth Vogler, una célebre actriz de teatro, es hospitalizada tras perder la voz durante una representación de Electra. Una doctora la somete a una serie de pruebas y afirma que está bien, pero ella sigue sin hablar y permanece en el pabellón. Alma, la enfermera encargada de cuidarla, intenta establecer una relación con ella y se dedica a hablarle todo el tiempo."
El cine tiene el poder de influir de manera hipnótica en nuestro interior, haciendo convulsionar piezas sueltas de nuestra alma que a veces no pensamos arreglar por pura comodidad y por verdadero terror. Con esta obra Bergman llega a la máxima desnudez y minimalismo, tanto formal como argumentalmente, para hablarnos de la lucha que mantenemos con nosotros mismos en forma de tormentoso debate entre la imitación y la hipocresía. Es decir, el estar continuamente interpretando un papel como si fueramos actores en nuestra propia existencia, la tentación de liberarnos de nuestras presiones, quitarnos las pesadas máscaras de tragedia o comedia, abrirnos al mundo y a los demás, ser nosotros mismos.
Claro, siendo conscientes de la responsabilidad que ello conlleva, ya que seguramente podemos mostrar aspectos a los demás que les puedan resultar incómodos, oscuros o retorcidos. Entre ambas posturas, aparece el mutismo, el aislamiento, el encierro silencioso que nos recubra del dolor, la culpa y todas las hostilidades y miserias de este mundo.
La película inicia con un prólogo imponente e impresionante, hermético e inquietante, donde se presentan planos cargados de simbología y de referencias a la vida, la muerte, dios, el ser humano.
Lo que he sentido con este proyecto de Bergman es el puro terror hecho cine, en carne viva, la sustancia filmada. El director sueco maneja la cámara con delicadeza la mayor parte del tiempo,y se pasa al otro lado en las escenas más duras, con unos movimientos de cámara tremendamente inquietantes. Liv Ullmann y Bibi Andersson protagonizan el que posiblemente sea el mayor duelo de la actuación femenina en el cine, con personajes antagónicos en esencia pero con una dificultad muy semejante. Dos de las más atractivas interpretaciones que he visto.
Todo lo escrito hasta el momento solo puede lograrse con talento, voluntad, buen gusto estético, capacidad de reflexión y mucha valentia que desafortunadamente suelen estar al alcance de muy pocos. Berman alcanza una de las cumbres del relato fílmico en esta cinta, en la que el valor de las palabras llega a ser insignificante con respecto a la grandiosidad de su estética, de la fotografía y de su aplastante dirección. Una obra maestra indiscutible.
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