Directores: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne
Duración: 87 minutos
País: Bélgica/Francia/Italia
Elenco: Thomas Doret, Cécile De France, Jérémie Renier, Fabrizio Rongione, Egon Di Mateo, Olivier Gourmet, Batiste Sornin, Samuel De Rijk, Carl Jadot, Claudy Delfosse, Jean-Michel Balthazar, Frédéric Dussenne, Myriem Akeddiou, Sandra Raco, Hicham Slaoui, entre otros.
" Cyril, un niño de once años, se escapa del albergue, donde su padre lo dejó después de prometerle que volvería a buscarlo. Lo que Cyril se propone es encontrarlo. Después de llamar en vano a la puerta del lugar donde vivían, para eludir la persecución de la gente de la posada, se refugia en un consultorio médico y se abraza de una joven sentada en la sala de espera. Así es, como por pura casualidad, conoce a Samantha, una peluquera que le permite quedarse con ella los fines de semana."
El amor se da o se recibe, nunca se debe suplicar por él. El niño de esta cinta de los hermanos Dardenne inicia un viaje desesperado por recuperar su bicicleta, aunque realmente lo que está demandando es el amor, el afecto, el cariño, la atención y la comprensión de un padre irresponsable.
Su carácter es el de un niño encolerizado, actúa a base de impulsos y parece retraído, le sobran la rabia y la impotencia, sabe que esta debe ser su última oportunidad de recuperar la normalidad en su vida y no la va a desaprovechar. Y como el amor más hermoso es el que nace del desinterés y la empatía, el niño recibe la inesperada ayuda de una joven que hará de madre, educadora y tutora.
Esta película de los Dardenne, es la primera que veo de ellos, por lo que no puedo establecer juicios comparativos con sus anteriores producciones. Sin embargo me parece que cuenta con diversas características que en ella son auténticos baluartes, por ejemplo el estupendo dibujo que hace de los dos personajes principales: el niño, Cyril, presentado sin dulcificarlo ni utilizando eufemismos para describirlo, se presenta con las reacciones de un niño arisco e incluso agresivo que se podrían dar perfectamente en un caso real con las terribles circunstancias que le han tocado vivir. Por otra parte, la mujer que decide cobijarlo, Samantha, es una mujer serena, atractiva y fuerte, de la cual se dejan sus motivaciones más intimas (muy acertadamente) a la libre interpretación del espectador. Ambos interpretados de buena manera por Cécile De France y ese interesante descubrimiento llamado Thomas Doret.
Aquí no se muestra a los personajes en términos de buenos o malos, culpables o inocentes, sino que aparecen como seres cercanos, de carne y hueso, que se equivocan, que enfrentan momentos totalmente drmáticos, pero que también pueden tener la oportunidad de vivir situaciones cotidianas que les brinden alegría.
También destacaría el guión que maneja muy bien las elipsis, y de igual manera las secuencias en donde todo permanece tranquilo, es ahí, en aquellas pequeñas acciones donde todo se muestra con absoluta naturalidad y sin grandilocuencia alguna y es esa manera de llevar la narración la que marca los puntos de inflexión emocional y provoca naturalmente que el relato llegue a conmovernos.
De igual manera esa cámara al hombro que nos lleva del brazo de los personajes es preponderante en la narrativa, ya que lo realiza de manera casi dolorosa en su realismo fotográfico, y sabe moverse muy bien adaptándose a sus diferentes estados de ánimo.
A destacar el papel que juega la bicicleta. La bicicleta es el juguete de la cámara, es la cuna de Cyril y es su carta de libertad. Una bicicleta que cruzará una línea tan delgada como real, que introducirá notas de suspenso cuando la cámara flote a su alrededor (como en aquella memorable escena en la que hondea libremente la chamarra roja del niño). La bici nunca se moverá en línea recta porque la empujarán el amor, el rencor, la ira, la inocencia, la impotencia, el perdón, el castigo, pero por encima de todo Cyril.
Es fundamental el uso que hace de los silencios y del sonido. Me parece especialmente ejemplar la patética escena del niño con el padre que lo rechaza, en el restaurante donde este último trabaja. Con los utensilios de la cocina logra crear un fondo sonoro metálico e impersonal que revela el total desapego afectivo del progenitor. En el mismo sentido, resultado muy acertado el uso de la música, tan solo breves compases iniciales de Beethoven, siempre en momentos muy puntuales y bien elegidos, hasta su aparición en los créditos finales.
Esta película es una historia emocionante, llena de vida; viene a señalarnos que no podemos vivir de espaldas a los que sufren, que cada ciudadano es responsable de las diferencias sociales y tensiones que pueblan las calles de muchas urbes del mundo y que todos tenemos el derecho de recibir una segunda oportunidad. Aunque el futuro continúe siendo incierto y los peligros de la marginación social, la delincuencia, la drogadicción y el desempleo sigan acechando, el niño de la cinta ha nacido para luchar. Y por primera vez, puede vencer. Me quedo con eso: aunque el mundo se vaya al diablo, un final feliz es posible.
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