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Yi yi (2000)



Director: Edward Yang

Duración: 173 minutos

País: Taiwan / Japón

Elenco: Nien-Jen Wu, Elaine Jin, Issei Ogata, Kelly Lee, Jonathan Chang, Hsi-Sheng Chen, Su-Yun Ko, Chuan-cheng Tao, Shu-shen Hsiao, Meng-chin 'Adriene' Lin, Pang Chang Yu, Ru-Yun Tang, Shu-Yuan Hsu, Hsin-Yi Tseng, Yung-Feng Lee, entre otros.

" Cada uno de los miembros de una familia de clase media originaria de Taipei busca reconciliarse con las relaciones pasadas y presentes en su vida diaria."

Se trata de una película encantadora, palpitante en calidez y humanidad. Cuenta la historia de una familia taiwanesa que enfrenta los miedos y las ansiedades cotidianas de los cuales la vida suele estar repleta. Al final, el filme sugiere que no hay momentos triviales en nuestras existencias, incluso si lo parecen en ese momento: en realidad la vida de cualquier persona es una acumulación de lo trivial y lo significativo. Y tal vez, lo que lleva a considerar que vale la pena levantarse de la cama todos los días es el hecho de que nunca viviremos un día exactamente como el que estuvo antes del actual.
Su estructura refleja a la perfección su temática: la cinta es un conglomerado de instantes tranquilos y callados presentados de modo gradual que se van erigiendo en algo profundamente conmovedor.
Es así que observamos al padre de la familia reconectarse con un viejo amor, solo para descubrir una enorme decepción cuando las realidades de su pasado no coinciden con sus recuerdos idealizados de aquellos. Observamos a la madre combatir contra la depresión y aquella abrumadora sensación que la oprime de que vive día a día sin hacer nada consigo misma o con su vida. Entonces determina buscar el sentido al dejar a su familia para pasar algún tiempo en una comuna religiosa, pero se entera de que las respuestas que está buscando no se encuentran allí. 
Vemos a la hija adolescente coquetear tímidamente con el sexo y las citas, una niña que apenas comienza a descubrir las complejidades de lo que significa convertirse en adulto. 
La creación de Edward Yang, es una película realizada en Taipéi, la ciudad más grande de Taiwán, y demuestra la tristeza que padecen aquellas personas que suelen dedicarse a sus trabajos con demasiado ahínco, pero que para su mala fortuna no son capaces de descubrir el significado de sus existencias. Por tal motivo, emplea de manera oportuna diversos marcos de reflexión para sugerir a las personas que tengan la ocasión de contemplarla, que la vida no solo se trata de trabajar duro y con empeño para ganar dinero.
El primero de estos marcos de reflexión ocurre cuando la abuela es enviada de imprevisto al hospital. El director resuelve enfocar la cámara en las ventanas del lugar durante el diálogo que sucede entre NJ y su cuñado A-Di, para que podamos apreciar su reflejo en las enormes vidrieras. A su vez, dichos escenarios creados para la introspección en cada película no suelen tener los mismos significados y dependen de diferentes situaciones. Por lo tanto, sugiero que Yang en ese caso pretende mostrar que las personas son capaces de mirar su propio reflejo en cualquier ventana o en algún espejo en cualquier momento, pero suelen estar demasiado ocupados para hacerlo y observar cómo han cambiado. Además, tienen miedo de enfrentar la verdad con la que se toparán en el reflejo, porque es evidente que la verdad no es aquello a lo que desean hacer frente.
Más adelante aparece Yang Yang, mi personaje favorito en la cinta, quien decide tomar fotos para ayudar a quienes le rodean a que sean capaces de ver aquello que no pueden ver porque está justo detrás suyo; mientras Yang el director utiliza esas hermosas tomas para ayudarnos a observar todo aquello que generalmente no solemos apreciar: que cada momento de la vida puede ser hermoso, profundo, maravilloso y abundante. Se trata de un niño pequeño, de alrededor de los ocho años que cuenta con la edad suficiente para comprender que hay cosas que puede decirle a la gente que esta desconoce, pero que es demasiado joven para saber cómo comunicar esas cosas. Uno debería preguntarse si este personaje es el joven alter ego del escritor y director de la película, Edward Yang.
Para ello, el realizador aprovecha de forma magistral los objetos cotidianos de la vida en al menos dos niveles, el literal y el alegórico, comenzando con el título de su obra, que significa textualmente Uno (en chino) o individual, pero se presenta como el número en ese idioma en la pantalla, seguido lentamente por otro uno que aparece justo debajo del primero, que luego se convierte en dos. Por lo visto, en chino, el uno se presenta con una sola línea y el dos con un par de líneas simples, una encima de la otra.
En algún sentido, esto significa que todos los seres humanos de forma incuestionable somos individuos pero que solo existimos junto a otros. Nuestras vidas nos involucran a nosotros mismos y a otros. O mejor dicho, nuestras vidas implican toda clase de relaciones, que obtienen sus significados precisamente de esos vínculos.
Conexiones como aquellas que suceden en los encuentros que se dan entre el niño Yang Yang con un grupo de niñas violentas al principio cuando determinan golpearlo por detrás (ahí en la parte posterior de la cabeza, donde no es capaz de ver), para luego devolverles el favor y reventarles un par de globos en la cara, para lograr asustarlas.
Y también cuando la electricidad se levanta entre Yang Yang y una niña mayor de su escuela, al igual que acontece en una película que se proyecta en una enorme pantalla detrás de ella, en la que aparece una lección de la naturaleza del rayo en la clase de ciencias presentada en el aula audiovisual, la pasión como una chispa eléctrica que llega a su vida.
Además, tenemos a la hermana de Yang Yang, cuyo nombre es Ting Ting, asistiendo a la escuela de la vida, con su planta colocada en una maceta que todo el tiempo está presente, pero que parece que no puede florecer. En clase, le expresan que alimentarla en cantidades innecesarias puede provocar que no se abra, que no brote; y Ting Ting se esfuerza demasiado por florecer, anhelando en cada momento un poco de música en su vida mientras escucha el dúo de concierto interpretado por un hombre y una mujer, al mismo tiempo que contempla al chico con el que aceptó salir en una cita, el chico al que apodan Gordo (aunque más bien es delgado). ¿Su problema no será que cena demasiado en el banquete de la vida? 
Esa interrogante es respondida más tarde, cuando toda una colección de implacables tormentas (tormentas de amor, de vida) pasan por encima de los personajes, sin esperar realmente la más peligrosa de todas ellas que sucede un extraño jueves.
Desde luego Ting Ting se viste de blanco y por esto bien podría estar en su boda, pero créanme que no lo está.
Su padre, el hombre al que se refieren como NJ, consigue hallar la música de su vida una vez más cuando se encuentra con accidente con Sherry, la llama que lo producía todo en su juventud. Juntos, deciden tomar un tren con destino al pasado, a una época que recuerdan como sencilla y romántica; sin embargo los recuerdos del pasado ocultan las complejidades que existían entre ambos en aquel entonces, y ahora, sigue ocurriendo lo mismo.
En suma, no se trata de una obra que pretenda ser vistosa. No entrelaza todas las líneas de la historia de estos personajes con un ingenioso truco narrativo; no reúne coincidencias encima de otras coincidencias, como suelen realizar estas películas que en conjunto poseen distintas vías narrativas. No es histriónica, no se regodea en un clímax abrumador. No le interesa hacer ninguna de esas cosas. Se desarrolla de la forma en que se desarrolla la vida, y nos lleva a interesarnos de modo profundo por estas personas, e incluso nos lleva a apreciarlas de alguna manera, con defectos y todo lo que ello conlleva. Solo es una cámara que generalmente permanece estática y que elige sentarse y observar en lugar de señalarnos como deberíamos sentirnos.
Acorde con ello la esposa de NJ, Ming Ming, desea simplemente escapar. Una compañera de trabajo de nombre Nancy le pregunta: ¿todavía sigues aquí?, a lo que ella responde: ¿a dónde puedo ir?
De hecho, ¿a dónde podemos ir? 
No, lo que debemos hacer todo el tiempo es quedarnos y despertarnos todos los días, y tratar de recordar que cada día es nuestra primera vez, que nunca vivimos el mismo día dos veces, como el encantador Ota, el socio comercial en potencia de NJ, le recuerda a nuestro protagonista y por qué no, también a nosotros la audiencia.
A grandes rasgos se percibe como una modesta obra de arte mientras se está viendo, pero permanece en la cabeza y su poder aumenta cuanto más tiempo se tiene para reflexionar sobre ella. Es el tipo de película austera y de poco presupuesto, olvidada de forma injusta por el paso del tiempo.

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