De entre todas las aportaciones hechas por Freud, uno de los conceptos más extendidos es el llamado complejo de Edipo, del que han surgido numerosas variantes (Edipo no resuelto, etapa edípica, preedípica, etc.) .
A partir de esta idea podríamos iniciar una revisión crítica de la obra de Freud considerando al Edipo como la etapa límite respecto de la cristalización de aquella neurosis de connotación sexual.
¿Pero de todas?
Pues bien, el tan manoseado complejo de Edipo y sus implicaciones sexuales parece haber sido un complejo experimentado por el propio Freud. Pero cuidado, esto no quiere decir que por ello se justificara una generalización, porque ni yo, ni tal vez tú, hemos sentido los efectos de ese complejo en el sentido en el que el pequeño Segismundo lo experimentó.
Hoy nadie, con actitud crítica y una buena dosis de sentido común (y especialmente con experiencia clínica) , se atrevería a universalizar el complejo de Edipo, ya no digamos entre la gente "normal" ni siquiera entre la llamada "enferma".
Si en lugar de un niño se trata de una niña, al complejo de Edipo se le llama complejo de Elektra, en recuerdo de la que, enamorada de su padre Agamenón, ayudó a fraguar un asesinato en defensa de su progenitor.
Probemos de entender: resentimiento contra el padre
Si seguimos la línea freudiana y creemos que "las heridas del niño sangran en el adulto", encontraremos el "caso" Freud como el de un niño acomplejado.
Meditemos lo que le sucedió cuando tenía doce años y que probablemente trascendió en su personalidad.
Debemos entonces plantearnos la posibilidad de que Freud si sufrió las consecuencias del complejo de Edipo, con clara devoción materna y una profunda aversión paterna.
Veamos: un día su padre le llevaba de la mano y le iba explicando que una vez un cristiano le quitó de un golpe su gorra de piel y le gritó: "¡judío! , ¡agáchate a cogerla! ", y cuando el niño indignado le preguntó:
- ¿ Y tú qué hiciste?
Respondió:
- Me agaché y recogí mi gorra.
Ante tal respuesta años más tarde escribe:
"Esto me impresionó vivamente, comparé a mi pobre padre con aquel gran Amílcar Barca cuando le hizo jurar a su hijo Aníbal, delante del altar, que se vengaría de los romanos. " Y continúa:
" Desde aquella ocasión, Aníbal tuvo un lugar preferente en mis fantasías. "
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