De los consejos que dio Don Quijote a Sancho Panza antes que fuese a gobernar la ínsula, con otras cosas bien consideradas (fragmento)
(...) Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida en los ignorantes que presumen de agudos.
Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico.
Procura descubir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre.
Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delicuente, que no es mejor la fama del juez rigoroso que la del compasivo.
Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.
Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso.
No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres las más veces serán sin remedio, y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aún de tu hacienda.
Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros.
Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones. (...)
LA INEXPERIENCIA es algo inherente a la condición humana, Nacemos una sola vez; jamás empezamos una vida nueva equipados con la experiencia de otra anterior. Salimos de la infancia sin saber lo que es la juventud; nos casamos ignorando lo que significa el matrimonio, e incluso al llegar a la vejez, desconocemos hacia dónde encaminamos nuestros pasos: los ancianos son los niños inocentes de su propia vejez. En ese sentido, el mundo de los hombres es el planeta de la inexperiencia.
(...) Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida en los ignorantes que presumen de agudos.
Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico.
Procura descubir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre.
Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delicuente, que no es mejor la fama del juez rigoroso que la del compasivo.
Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.
Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso.
No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres las más veces serán sin remedio, y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aún de tu hacienda.
Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros.
Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones. (...)
LA INEXPERIENCIA es algo inherente a la condición humana, Nacemos una sola vez; jamás empezamos una vida nueva equipados con la experiencia de otra anterior. Salimos de la infancia sin saber lo que es la juventud; nos casamos ignorando lo que significa el matrimonio, e incluso al llegar a la vejez, desconocemos hacia dónde encaminamos nuestros pasos: los ancianos son los niños inocentes de su propia vejez. En ese sentido, el mundo de los hombres es el planeta de la inexperiencia.
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