
Director: Clint Eastwood
Duración: 141 minutos
País: Estados Unidos
Reparto: Ken Watanabe, Kazunari Ninomiya, Tsuyoshi Ihara, Ryo Kase, Shido Nakamura, Hiroshi Watanabe, Takumi Bando, Yuki Matsuzaki, Takashi Yamaguchi, Eijiro Ozaki, Nae, Nobumasa Sakagami, Luke Eberl, Sonny Saito, Steve Santa Sekiyoshi, entre otros.
" Filmada íntegramente en japonés, la película ofrece la versión nipona de la batalla que Eastwood ha plasmado en otra película 'Flags of Our Fathers' que recoge la visión estadounidense. Ambas películas narran las perspectivas de ambos bandos sobre la batalla más cruenta de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, en la que fallecieron más de 20 000 japoneses y 7 000 estadounidenses. Además, tras su aparición ambas han sido aplaudidas por la crítica como una clara denuncia de la guerra y como un valiente e inédito intento de mostrar las dos caras de la contienda."
A estas alturas de la vida, Don Clint Eastwood todavía consigue emocionarme con los tópicos más manoseados de la historia del cine, de la literatura y por supuesto de la humanidad en general. Porque ya sabemos todos que la guerra es terrible y que vista desde una perspectiva general todos la comprendemos, pero cuando se convierte en hombre contra hombre, que es lo que realmente se cuenta aquí, todos somos iguales. O casi todos.
Y es que la carta de una madre a su hijo nunca tuvo un sentido más universal; tampoco han estado nunca tan vivas y presentes las personas que miran a los que van a morir desde una fotografía arrugada y convencional; pocas veces somos tan conscientes en el cine de la delgada línea que separa la vida de la muerte en circunstancias como las que nos presentan.
Con todo esto, aún queda tiempo para presentarnos la mentalidad arcaica de un ejército japonés mermado, dividido y destinado a la destrucción, como adivinamos por lo que sabemos y por los cinco primeros minutos de la cinta.
Esta realización pertenece a una estirpe de películas en peligro de extinción. Es tan intensa, tan terrible, tan abrasadora en sus emociones, que me deja con el estomago del tamaño de un chicle, con la sensación de que me han arrancado algo desde muy adentro. Es una película sencilla y humilde en su concepción, pero es desde esa humildad donde la película crece, regalándonos escenas absolutamente prodigiosas.
Es impresionante la capacidad de Eastwood para interpretar el papel de los perdedores, aquellos que siguen luchando sabedores de su trágico final, metiéndonos en su piel, compartiendo su sufrimiento. Eastwood me somete a un impresionante torrente de emociones en estado puro, moviendo la cámara entre luces y sombras, guiados por la sobria e implacable interpretación de Ken Watanabe, y acompañados por una maravillosa banda sonora, triste y bella a partes iguales. Todo esto, que ya lo había hecho en sus obras maestras anteriores, resulta ahora más trágico, más desolador, y más emocionante.
Una obra de arte que resuena en la mente y el corazón días después de su visionado, como un duro y emotivo testimonio de la inutilidad y crueldad de todas las guerras.
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