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La Graduación

Hoy es el gran día para Abraham. Hoy por fin concluirá toda esa odisea que fue lo que algunos han dado por llamar “educación formal”. Ha sido una larga aventura, son alrededor de 20 años estudiando y está muy contento porque van a preparar una gran fiesta para celebrarlo con todos sus amigos.
Todos en su familia están completamente dispuestos para ayudar a la organización de este gran festejo. La verdad es que Abraham es un poco tímido y no quiso que la celebración fuera algo grande con muchísimos invitados, sino más bien algo más cercano y mucho más intimo, en pocas palabras una velada en la que pudiera sentirse completamente desahogado.
Mientras su mamá está en alguna parte del mercado comprando algunas verduras, algunas papas para acompañar la carne, su papá está preparando un pastel gigante de chocolate, aunque si somos sinceros a Abraham no le gustan los pasteles, y mucho menos de chocolate. Así que será extraño que todos lo degustarán, menos él.
Si la apariencia contará en su totalidad para los pasteles, todos ellos serían un verdadero banquete, y el que está preparando el padre de Abraham no es la excepción. Tiene un aspecto tan extraordinario que sólo de mirarlo dan unas ganas inmensas de probarlo.
Por otra parte, Abraham admira bastante por sus cualidades de cocinero a su padre que las adquirió gracias a la herencia directa de su madre (es decir, la abuela) quién desde que él era pequeño le permitía asistirle en la cocina. Su prontitud para cumplir con los mandados que la madre le asignaba fue el requisito perfecto para poder adentrarse en la gastronomía.
Estando ahí podía mirar, levantándose sobre las puntas de sus pies como Doña María le agregaba un poco de sal al platillo que se evaporaba lentamente al fuego del hornillo; después invitaba a su pequeño retoño a que participara activamente en ese arte. Lo cargaba entre sus brazos, le pedía que le incorporara al platillo un poco de ese ingrediente secreto del que solo ella conocía la receta.
Al mismo tiempo que al señor Pedro se le venían todos recuerdos a la mente, los minutos transcurrían y el pastel casi quedaba perfectamente horneado. En otro lugar de la casa, la hermana de Abraham, Laura, barre toda la morada mientras canta una canción.
Del mismo modo, Jorge, su hermano mayor está llevando los platos a la mesa, a lo lejos el olfato le empieza a contar que en la cocina ha quedado listo un pastel del sabor que a él le encanta, sí, es de chocolate. Después de imaginárselo, se encarga de inflar los globos.
En ese preciso momento suena repetidamente el timbre de la casa, Abraham se apresura a mirar por la ventana para conocer quién toca con tanta premura; al acercarse cada vez al mirador su pulso va aumentado, se siente emocionado y a la vez un poco angustiado.
Es muy exigente y quiere que todo salga bien en esta que es su fiesta, únicamente de él. Por fin se asoma y se da cuenta de que ¡han llegado todos sus amigos! Con urgencia les pide que entren, todos vienen con las manos ocupadas, traen muchos regalos y algunos bocadillos para antes del banquete.
Abraham está encantado, le han regalado muchas cosas, discos compactos de sus grupos favoritos, ropa, libros, pero lo que más le agradó fue un boleto de viaje para Francia. Simplemente le parece inconcebible, sin embargo ese será el momento justo en el que podrá ir a ese lugar para practicar el idioma que tanto le deleita.
En ese preciso instante dio comienzo la fiesta, había música y todos conversan amenamente. Luego la mamá de Abraham los invita a todos a comer los deliciosos platillos que han preparado juntos mamá y papá: los sándwiches, las papas acompañadas de carne y por supuesto el pastel de chocolate. Todo estaba tan delicioso, por supuesto Abraham no probó para nada el pastel.
Al terminar con el almuerzo, a alguno de los amigos se les ocurre sacar un juego de mesa, un poco de dominó y las cartas; Abraham es un verdadero as para jugar póquer. Y se pasan toda la tarde jugando.
Al caer la noche la dinámica de la fiesta recorre el mismo camino, ahora todos ya están cansados y se dedican a pequeñas conversaciones para ponerse al tanto de lo que sucede en sus vidas. A su vez los primeros invitados empiezan a partir del lugar, todos se marchan felicitando con muchos bríos a Abraham por los logros conseguidos. Él se los agradece muy complacido, también los convida a que vuelvan para repetir esta fiesta que al final del día ha dejado tan contentos y satisfechos a todos los participantes.
¡Adiós, Abraham ¡ nos la hemos pasado muy bien! Le repiten todos al despedirse. Gracias por todo, Abraham, ha sido una fiesta estupenda le insisten todos sus amigos mientras los observa alejarse.
Cuando se van todos Abraham se pone a destapar sus regalos, se dispone a escuchar algunos de sus nuevos discos y a probarse algunas de sus nuevas prendas, hasta que su mamá le dice: “bueno, ya se ha terminado la fiesta, pero ahora hay que recoger”. Tan rápido la madre dice esto, los tres hermanos empiezan a protestar.
¡Yo no quiero recoger, es una lata! Dice Jorge.
¡Estoy muy cansada! ¡No quiero ayudar! Dice Laura
¡Yo quiero seguir escuchando música! Dijo Abraham.
En un tris los padres se quedaron completamente pasmados, no podrían creer lo que sus oídos estaban escuchando, cuando hacia tan solo algunas horas todos los miembros de la familia estaban tan participativos, tan llenos de energía y ahora simplemente se negaban a cooperar, como unos niños regañados.
Fue entonces cuando el señor Pedro que era un hombre de una mesura increíble, se acercó y les dijo: “esto no puede ser, somos una familia, y en una familia ayudamos todos, ¿quién lo va a hacer si no ayudan? ¿Mamá y yo solos?
Y con una voz llena de cordura les propuso algo: “si nos ponemos a recoger todos juntos no tardaremos mucho, y luego todos podremos jugar a ese juego que Abraham estuvo disfrutando y compartiendo con sus amigos, en cambio, si lo hacemos nosotros solos ¡vamos a tardar mucho!
Tengo una idea, expresó con sabiduría, voy a meter unos papeles en un sombrero y cada uno tomaremos uno, en él irá escrito la tarea que nos toca hacer, ¿están de acuerdo?
Y los tres hermanos, dándose cuenta de que habían sido dominados por la pereza y la desidia, además de egoístas estuvieron totalmente de acuerdo al gritar al unísono que estaban de acuerdo con la propuesta de su padre.
Don Pedro escribió cinco tareas en cinco papeles diferentes y ofreció el gorro a los muchachos.
Abraham, como era el motivo de todo ese desastre fue el primero en elegir, al sacar el papel su rostro cambió inmediatamente, ahora se veía contento ya que le había tocado quitar la mesa, Laura fue la siguiente y su labor consistía en recoger los juegos de mesa abandonados por los visitantes que hace unos minutos habían partido.
Jorge tomó su papel, su semblante se modifico de una manera negativa puesto que había corrido con la suerte de llevar a cabo la faena que es barrer. A continuación vino la mamá, cogió su papel y vociferó “yo tengo que recoger la cocina”, y dijo “a ver que le toca a papá”. Y a papá le tocó lavar los platos.
Ni tardos ni perezosos todos se pusieron manos a la obra, y en un lapso corto de tiempo se empezaron a escuchar las voces felices de cada uno de los miembros anunciando uno por uno que había concluido con sus labores estipuladas.
Finalmente todos se reunieron en el salón principal de la casa, su padre los miró y les dijo otra vez con determinación ¿ven que pronto hemos terminado? Ahora ya podemos jugar amenamente con aquel juego tan entretenido de Abraham.
Y asi lo hicieron, todos juntos como una verdadera familia habían cumplido cabalmente con sus labores, ahora ya podían jugar en paz.

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