
A la violencia se la define como un comportamiento, bien sea un acto o una omisión, cuyo propósito sea ocasionar un daño o lesionar a otra persona, y en el que la acción transgreda el derecho de otro individuo.
Se trata de un comportamiento intencional, si el acto o la omisión fueran involuntarios, de ninguna manera podría hablarse de violencia. Por otra parte, la definición no debe limitarse a lo que produce un daño en el cuerpo y deja impresa una huella física.
Si se toman en cuenta los dos primeros elementos, es decir, la naturaleza del daño ocasionado y los medios empleados, la violencia puede clasificarse en: física, psicológica, sexual, económica y yo agregaría la ambiental.
Es obvio que todas las personas en nuestra interacción con los otros tenemos diferencias con ellas, algunos sujetos intentan resolverlas con violencia, pero ésta no las resuelve, sólo las intensifica. La violencia busca someter y controlar a otra persona, es decir, que transgrede su voluntad.
Por lo tanto, habría que encausar todas nuestras expresiones culturales que toleran los actos violentos de algunos de sus miembros. Todos estos conceptos me hicieron reflexionar en hechos de violencia, no necesariamente de género en este caso, pero si relacionado con una moda y con diferencias que no parecen aceptarse. Hablo de los “emos”.
Los medios de comunicación han mantenido en la enajenación a los mexicanos con el reciente descubrimiento de los “emos”, como si fuera algo que de repente emergió. Ellos son los primeros en mostrarlos como unos seres patéticos y que desde ese instante son atacados diariamente a partir de lo acontecido en Querétaro. Se denuncia la intolerancia hacia esos grupos, pero también se fomenta el amarillismo y sobre toda la violencia se aplaude; son como aves raras y exóticas que llaman la atención de cualquiera, nunca tantas personas entre los 15 y 20 años veían las noticias, todos los días, los emos lo habían logrado, habían sido volteados a ver.
Sin embargo, hay algo más preocupante en el fondo, esa ira reunida y compartida entre varios “ofendidos” por ser simplemente diferentes; se vuelve un llamado al exterminio en donde “o cambias o te liquido”, violencia en todo su esplendor. Vivimos en una cultura que se jacta de ser pacífica, que no es racista, que le abre los brazos a todo el que venga desde otros lugares, no obstante también vivimos en una cultura del engaño, el umbral de la tolerancia es diferente en cada persona, pero siempre tendrá un límite.
Todo esto dado por las relaciones de poder dentro de instituciones como la familia o la escuela, en donde aparece por primera vez una jerarquía en donde alguien está arriba y otro está abajo.
Se trata de un comportamiento intencional, si el acto o la omisión fueran involuntarios, de ninguna manera podría hablarse de violencia. Por otra parte, la definición no debe limitarse a lo que produce un daño en el cuerpo y deja impresa una huella física.
Si se toman en cuenta los dos primeros elementos, es decir, la naturaleza del daño ocasionado y los medios empleados, la violencia puede clasificarse en: física, psicológica, sexual, económica y yo agregaría la ambiental.
Es obvio que todas las personas en nuestra interacción con los otros tenemos diferencias con ellas, algunos sujetos intentan resolverlas con violencia, pero ésta no las resuelve, sólo las intensifica. La violencia busca someter y controlar a otra persona, es decir, que transgrede su voluntad.
Por lo tanto, habría que encausar todas nuestras expresiones culturales que toleran los actos violentos de algunos de sus miembros. Todos estos conceptos me hicieron reflexionar en hechos de violencia, no necesariamente de género en este caso, pero si relacionado con una moda y con diferencias que no parecen aceptarse. Hablo de los “emos”.
Los medios de comunicación han mantenido en la enajenación a los mexicanos con el reciente descubrimiento de los “emos”, como si fuera algo que de repente emergió. Ellos son los primeros en mostrarlos como unos seres patéticos y que desde ese instante son atacados diariamente a partir de lo acontecido en Querétaro. Se denuncia la intolerancia hacia esos grupos, pero también se fomenta el amarillismo y sobre toda la violencia se aplaude; son como aves raras y exóticas que llaman la atención de cualquiera, nunca tantas personas entre los 15 y 20 años veían las noticias, todos los días, los emos lo habían logrado, habían sido volteados a ver.
Sin embargo, hay algo más preocupante en el fondo, esa ira reunida y compartida entre varios “ofendidos” por ser simplemente diferentes; se vuelve un llamado al exterminio en donde “o cambias o te liquido”, violencia en todo su esplendor. Vivimos en una cultura que se jacta de ser pacífica, que no es racista, que le abre los brazos a todo el que venga desde otros lugares, no obstante también vivimos en una cultura del engaño, el umbral de la tolerancia es diferente en cada persona, pero siempre tendrá un límite.
Todo esto dado por las relaciones de poder dentro de instituciones como la familia o la escuela, en donde aparece por primera vez una jerarquía en donde alguien está arriba y otro está abajo.
Terminemos de legitimar los patrones culturales y empecemos a sancionar la violencia por favor.
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