
Director: Francis Ford Coppola
Duración: 202 minutos
País: Estados Unidos
Reparto: Marlon Brando, Martin Sheen, Robert Duvall, Frederic Forrest, Sam Bottoms, Laurence Fishburne, Albert Hall, Harrison Ford, Dennis Hopper, G.D. Spradlin, Jerry Ziesmer, Scott Glenn, Bo Byers, James Keane, Kerry Rossall, entre otros.
" El Capitán Willard es un oficial de los servicios de inteligencia del ejército estadounidense al que se le ha encargado, en Camboya, la peligrosa misión de avanzar río arriba para eliminar a Kurtz, un coronel estadounidense renegado que se ha vuelto loco. En la profundidad de la selva, en un campamento sembrado de cabezas cortadas y cadáveres putrefactos, la enorme y enigmática figura de Kurtz manda como un buda despótico sobre los miembros de la tribu Montagnard, que le adoran como a un Dios."
Dos reflexiones por delante:
Es, sin duda alguna, una de las obras más difíciles, complejas, arriesgadas e importantes que haya generado el cine desde la década de los setenta.
Es también, sin duda alguna, la más importante y determinante película en la carrera de Coppola, y no hablo de si es la mejor (ahí está la intocable perfección de las dos primeras partes de "El Padrino"), sino que sólo por la implicación personal y casi lunática del director en el proyecto (dos años de rodaje en Filipinas en condiciones terribles, los problemas de producción y económicos) merece tal mención.
Esta película vale por toda una carrera dadas sus tremendas coordenadas. Inspirado por la novela de Joseph Conrad, "El corazón de las tinieblas", Coppola y Milius idearon el denso, tremendo y soberbio guión de la película, trasladando lo que en el libro era la atracción de un marinero hacia el hombre que debe asesinar, a la guerra de Vietnam. A partir de aquí nos sumergimos en una insuperable atmósfera, recorrida por un aliento místico/filosófico que la hacen aún más ser una obra única.
La película tiene un arranque arrebatador, enigmático, del todo fascinante y maravilloso: la imagen superpuesta del sufrido y pensativo rostro de Sheen con el zumbido adormecedor y a la vez pesadillesco de los helicópteros (jamás en una cinta se han empleado tan bien los helicópteros) que acaba en una explosión de fuego en la selva.
Coppola plantea la guerra de dos seres humanos contra sí mismos y su interior, algo mucho más dañino, inolvidable y obsesionate que matar a uno o doscientos "charlies". Esa subida por el río es la más clara bajada a los infiernos.
Obra llena de memorables secuencias (el inicio, todo lo relacionado al sonido de los helicópteros, la alucinante batalla dónde se usa napalm con el atípico capitán Duvall al mando, con dos soldados surfeando mientras caen las bombas a su lado y un camarógrafo de televisión lo graba todo en el sitio, la música de Wagner, la llegada a la guarida de Kurtz) hace que junto a su irrechazable, maravillosa y alucinante atmósfera sea un espectáculo grandioso, operístico, que transmite además una magistral sensación de irrealidad dentro de tan real y plausible pesadilla.
Pese a ser una cinta indiscutiblemente bélica tiene tal complejidad que es tanto un thriller atípico como un drama filosófico/psicológico y, por supuesto, una obra maestra del cine de terror, pues es la exposición más impresionante que en muchos años se haya hecho de eso que podríamos llamar horror. En mi caso los últimos 30 minutos me lastiman.
Obra maestra, pues, hasta lo indecible, dotada de una fotografía alucinante y sublime de Storaro y una música de Carmine Coppola y el propio director que se solapan y armonizan con el resto de manera fabulosa. Es, debo decirlo, una obra de arte escalofriante, sobrecogedora, maravillosa.
Tanto, que a veces me despierto y pienso que aún sigo solo en Saigón.
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