
Es innegable que Holly Golightly es omnipresente en esta película: brilla en las escenas donde aparece y se le llama en los diálogos donde no interviene. Todo gira en torno a Lulamae.
Quizás Truman Capote en su libro del mismo nombre imaginó a Marilyn Monroe como protagonista indiscutible de la obra en su posterior traslado al cine pero no soy capaz de imaginar esta cinta sin Audrey Hepburn. Es en esta obra donde se consagra a la actriz nacida en Bélgica como belleza atemporal y clásica de la historia del cine.
En el personaje de Holly existen distintos rasgos que confluyen en todo momento: locura, tristeza y cierto humor. Es evidente la evolución de la actriz desde sus trabajos anteriores. Porque Holly es una mujer inmadura, alcanzando a veces el grado de egoísta, pero también es una soñadora incansable ante el aparador de Tiffany's, inestable emocionalmente y únicamente amante de una persona en su vida, su hermano Fred. La protagonista no es tan feliz como nos hace creer: búsqueda de cariño en un gato sin nombre, un mafioso al que le lleva mensajes en clave a Sing Sing, un departamento sin amueblar y hombres que sólo alcanzan a darle 50 dólares para el tocador a quienes ella nombra "canallas". Tras esa fachada de cariño incondicional, locura transitoria, se esconde una niña que busca su sitio en la ciudad de los rascacielos desde la ignorancia y la ingenuidad.
Parte del valor de la obra reside en la temática: prostitución maquillada, es decir, quien ama por dinero o bien quien ama el dinero; lo que se manifiesta en la contraposición de Paul y Holly, que pretenden encontrar en un elemento común la felicidad y solución a sus problemas, aquello que les haga olvidar el fracaso de su vida profesional y amorosa. Temática nada obsoleta en los tiempos que transcurren, por cierto que Edwards supo insinuar en aquellos años.
Esta película se ha convertido en obra de culto a través de los años, quizás impulsada por el movimiento de la moda y el aire de elegancia que inspira el vestuario brillante de marcas francesas. Tras este papel, Hepburn se ha alzado como actriz fetiche de todo aquello que se quiere transformar en distinción y de la mode que pide a gritos una retrospección de los felices años 60, aunque ella en realidad estuviese ocupada en las causas humanitarias y no tanto en lo que estuviese en boga para ponerse encima.
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