
Director: David Lynch
Duración: 124 minutos
País: Reino Unido/Estados Unidos
Reparto: Anthony Hopkins, John Hurt, Anne Bancroft, John Gielgud, Wendy Hiller, Freddie Jones, Michael Elphick, Hannah Gordon, Helen Ryan, John Standing, Dexter Fletcher, Lesley Dunlop, Phoebe Nicholls, Pat Gorman, Claire Davenport, entre otros.
" Drama sobre un hombre que, debido a una enfermedad, sufre unas terribles malformaciones físicas que le impiden integrarse en la sociedad."
Qué gusto volver a ver 'El hombre elefante' después de recorrer toda la filmografía de David Lynch. Qué bien sienta reconocer en esta cinta casi primeriza algunos de los ragos de estilo del maestro: ahí están la oscuridad, la desazón en el sonido, las densidades psicológicas, el mundo subterráneo de los hombres bestia, lo retorcido y lo deforme. El miedo, en fin. Desnudo y lacerante.
Patetismo, ternura y compasión. Tres palabras que se posan en el hombro del que observa la película. Aunque quisieras no mirar, no podrás apartar la vista, humedecida, del rectángulo temible al que da vida la pantalla.
En esta espléndida obra maestra de Lynch, basada en dos libros sobre la vida de John Merrick; "El hombre elefante y otras reminiscencias" de Sir Frederick Treves y "El hombre elefante: un estudio sobre la dignidad humana" de Ashley Montagu, podemos apreciar ciertas similitudes con otras obras, como Oliver Twist, Freaks de Tod Browning o Eraserhead del propio Lynch.
Y particularmente esta obra guarda bastantes similitudes intencionales en cuanto a la temática principal que Lynch quiso dejar constancia con su ópera prima 'Eraserhead'; esto es, el choque de culturas transicionales que supusieron el paso de la tradicional idiosincracia victoriana decimonónica, a una sociedad industrial contaminante y tremendamente cruel, carente de compasión y nada de misericordia.
Con una fotografía algo más que brillante de Freddie Francis y una banda sonora nostálgica y meláncolica a cargo de John Morris, ésta brumosa y tenebrosa película, llena de sugerentes claroscuros y conmovedores planos maestros, evoca las grandes películas de siempre, con cierto sabor a clásico añejo pero muy bien conservado.
Como dice el señor Bytes, el show de la vida continúa, las corrientes de aire siguen azuzando nuestras banales existencias.
Lo que sí es cierto es que una vez que hayas visto esta portentosa película, jamás la olvidarás ni dejarás de conmoverte al recordarla, del personaje de John Merrick magníficamente interpretado bajo una espesa capa de maquillaje por John Hurt, maltratado por la vida que le tocó vivir, hasta el momento en que conoció al doctor Frederick Treves, realizado por Anthony Hopkins en una de sus mejores actuaciones.
Ví esta película con la expectación que me produce siempre cualquier trabajo de David Lynch.
En este caso y a mi entender, nos plantea una interesante reflexión sobre la belleza. En personas "normales" el aspecto físico se convierte generalmente en una primera capa que a veces dificulta el conocimiento auténtico del otro. Se interpone.
Aquí, cuando la deformida es llevada al extremo, ya no hay interposición. Uno habla directamente al alma de John Merrick y a su vez es respondido directamente por ella. El yo, despojado de todo aquello que es pasajero y tantas veces superficial (una mueca, un gesto, un rostro terso y joven), queda al desnudo frente al interlocutor.
Surge así un curioso cruce entre el rostro de Merrick y su mundo interior tan frágil y rico frente a los infames seres de alma negra y rostro mundano, aparentemente normal, que rodean al personaje.
Y el espectador no queda indiferente, se elige ser víctima en lugar de verdugo.
El doctor y su mujer simbolizan el equilibrio entre ambos mundos. Su casa es un pequeño paraíso que Merrick añora desde el primer momento en que es invitado a ella.
La sociedad es hostil y solo una excelente Mrs. Kendal es capaz de llegar de manera especial al corazón del protagonista. Al fin y al cabo ella también usa una máscara cada noche, en cada actuación. Con ella vive uno de los momentos más emotivos de la película, un homenaje a Shakespeare que viene a ser un homenaje a lo eterno, a la palabra sublime que perdura a través del tiempo.
También nosotros, en cierto modo, huimos del espejo. Lynch, sin embargo, juega siempre con él.
Y es que si me cuentas que lloras con algunas historias, te creeré si me dices que fue con ésta.
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